Capítulo de "Amor y País": La inmadurez del progresismo
¿Por qué ignorante? Porque desconoce los hechos fundamentales de la realidad social y señala como ilegítimos y dañinos fenómenos que son la base de la existencia, tales como la diferencia, el poder, la exhuberancia de la vida y el constante e inevitable desvío que la realidad padece de sus metas racionales. Porque no puede ver la realidad tal como ella es y cada vez que describe algún fenómeno lo hace en forma negativa. Porque no sabe en qué metas es útil y verosímil aplicar la fuerza y en cuales no, porque cultiva las buenas intenciones como si estas hicieran la diferencia aunque en los hechos no la haga, porque en vez de mirar las experiencias sociales a la cara prefiere inventarlas de acuerdo a sus deseos, porque sus deseos no trabajan con las cosas sino con una imagen inventada de las cosas. Porque genera figuras de pensamiento de deliberada oscuridad y escaso interés, poniendo más lejos lo que sabe cerca, porque en esa oscuridad encuentra alivio su deseo de eludir los problemas que dice bravamente enfrentar. Porque cree que es posible transformar lo que no es posible transformar, y lo que sí es posible no sabe verlo, ni quiere verlo o hasta desprecia a quien invierte allí su capacidad de trabajo. Porque habla de la historia sin conocerla, porque la interpreta desde un sesgo de constante falsedad, porque prefiere siempre la descripción que salva sus posiciones aunque se base en negaciones de hechos verificables. Porque en vez de buscar conocer busca desconocer, negar, manipular, porque la realidad entera está al servicio de sus creencias y no es respetada en sus formas concretas.
¿Es lo mismo el progresismo que la izquierda? Progresismo es una manera suavizada y actitudinal de aludir a lo que en términos políticos crudos se ha llamado tradicionalmente la izquierda. Es posible que esa mutación terminológica esté haciendo el valioso trabajo de reformulación que la izquierda necesita para volverse una opción política verosímil. La izquierda es importante, es una voz imprescindible dentro del coro social de voces, en donde el valor de las participaciones no está tanto dado por su grado de verdad sino por ser expresión de sectores sociales que deben converger pese a toda diferencia. Es cierto que el número de personas a quienes la izquierda representa es mínimo (por más que ella crea que no es así, el sector al que cree apartado de sus verdades por considerarlo víctima de un engaño le huye como a la peste), pero no es tan mínima su presencia en la conciencia del sentido común, reina de los medios de comunicación.
El origen religioso de estos idealismos es visible, tanto como lo es su parentesco con el fanatismo fascista que es su hermano histórico: y tras una identificación con la pureza y con el bien se trata de una participación encaminada a generar una cadena de desastres.
Lo opuesto a la izquierda o al progresismo no es la derecha (por más que uno de los latiguillos de la argumentación de la izquierda así lo pretenda) es la sensatez y las ganas de vivir, esas actitudes de vida que prefieren el trabajo de lo posible a la militancia nefasta y contraproducente en una alucinación a la que gustan presentar bajo la forma equívoca de “la justicia” o “la libertad”.
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