Capítulo de "Amor y País": El pueblo no existe.
El pueblo no existe. Tal vez en otra época existió, pero es momento de otra cosa.
¿Es la masa de votantes, esa cifra altísima, una expresión cuantificada del agente pueblo? ¿Dónde más aparece, en qué movimiento coordinado, este personaje mítico de la vida social? ¿Es el pueblo una imagen adecuada para representar al actor social fundamental, para aludir al sujeto de una nación, una forma indicada para hablar de la suma de los habitantes de un país?
La pluralidad de los grupos y sectores, la enorme cantidad de perspectivas que conforman la escena política y vital de una comunidad, no puede ser resumida en el concepto pueblo sino a través de una forzada operación de simplificación. Cualquier representación concreta del concepto pueblo, es decir, cualquier grupo de personas que pretendan encarnarlo, se equivoca, por más iracundos que demuestren ser. La operación por la cual damos el nombre y sentido de pueblo a un conjunto social, en vez de contribuir a la comprensión y al logro de una fuerza activa útil y plural, da lugar a una fuerza homogeneizada y aprovechable para fines de manipulación.
El pueblo es el personaje imaginario protagónico de todo planteo fascista o totalitario, y la democracia no lo necesita. Más bien necesita eludirlo, descomponerlo, oponerle a ese contingente virtual un mundo de presencias reales. La democracia es una manera más sutil y abierta de tratar con el conjunto de personas que arman un país. En el pueblo no hay nadie, todos los sujetos están absorbidos y anulados por la promoción de una forma masiva tan poderosa como inexistente. En la sociedad democrática hay en cambio personas que deciden sumarse a la opción que determinan o sienten como propia entre otras opciones, hay proyectos particulares en diversos estados de desarrollo, hay roce ideológico, intercambio y enfrentamiento de visiones del mundo provenientes desde las posiciones más desiguales. El pueblo es un concepto metafísico, idea que actúa como propuesta de control de las vidas específicas para sumarlas y deformarlas.
Es posible que la masa sea una experiencia inevitable e imprescindible de la experiencia social, pero de allí a introducirla en la operatoria política como expresión de una verdad profunda hay un gran paso, que no debiera darse. El pueblo surge de la intención de exacerbar las características viscerales y muchas veces siniestras de la masa, con el fin de implementar una fuerza bruta útil a proyectos políticos que resultan por lo general dañinos para las personas reales que viven unidas en una comunidad. No nos engañemos, no beneficia a aquellos que, por estar en una posición desfavorecida, representan con mayor facilidad esa ausencia de atributos que se da en el individuo masificado. Antes que a un pueblo el país debería aspirar a una comunidad de personas, individuos capaces de sumarse cuando resulte necesario pero tendientes a desarrollar su capacidad de querer, ese pseudópodo activo y real de la fuerza existencial ligado a la afirmación de lo más personal.
Si este no es el pueblo, el pueblo dónde está, cantaban silogísticamente los militantes de la izquierda peronista en los alrededores de la casa de la calle Gaspar Campos en la que Perón se alojaba al volver al país en 1973. La frase parece un ejercicio filosófico formulado en respuesta anticipada a la verificación de la inoperancia e inexistencia entremezcladas de la idea de pueblo, pero respondía a lo que alguien había dicho por televisión, que esa gente que festejaba a su líder no era el verdadero pueblo. ¿No basta la historia transcurrida para concluir que el pueblo, efectivamente, no estaba en ningún lado? Cada tanto aparecen grupos que en la calle intentan actuar el personaje pueblo, pero la representación resulta cada vez menos convincente, como lo resultan todos los papeles que no tienen ya vigencia ni una realidad que los soporte.
¿Es la masa de votantes, esa cifra altísima, una expresión cuantificada del agente pueblo? ¿Dónde más aparece, en qué movimiento coordinado, este personaje mítico de la vida social? ¿Es el pueblo una imagen adecuada para representar al actor social fundamental, para aludir al sujeto de una nación, una forma indicada para hablar de la suma de los habitantes de un país?
La pluralidad de los grupos y sectores, la enorme cantidad de perspectivas que conforman la escena política y vital de una comunidad, no puede ser resumida en el concepto pueblo sino a través de una forzada operación de simplificación. Cualquier representación concreta del concepto pueblo, es decir, cualquier grupo de personas que pretendan encarnarlo, se equivoca, por más iracundos que demuestren ser. La operación por la cual damos el nombre y sentido de pueblo a un conjunto social, en vez de contribuir a la comprensión y al logro de una fuerza activa útil y plural, da lugar a una fuerza homogeneizada y aprovechable para fines de manipulación.
El pueblo es el personaje imaginario protagónico de todo planteo fascista o totalitario, y la democracia no lo necesita. Más bien necesita eludirlo, descomponerlo, oponerle a ese contingente virtual un mundo de presencias reales. La democracia es una manera más sutil y abierta de tratar con el conjunto de personas que arman un país. En el pueblo no hay nadie, todos los sujetos están absorbidos y anulados por la promoción de una forma masiva tan poderosa como inexistente. En la sociedad democrática hay en cambio personas que deciden sumarse a la opción que determinan o sienten como propia entre otras opciones, hay proyectos particulares en diversos estados de desarrollo, hay roce ideológico, intercambio y enfrentamiento de visiones del mundo provenientes desde las posiciones más desiguales. El pueblo es un concepto metafísico, idea que actúa como propuesta de control de las vidas específicas para sumarlas y deformarlas.
Es posible que la masa sea una experiencia inevitable e imprescindible de la experiencia social, pero de allí a introducirla en la operatoria política como expresión de una verdad profunda hay un gran paso, que no debiera darse. El pueblo surge de la intención de exacerbar las características viscerales y muchas veces siniestras de la masa, con el fin de implementar una fuerza bruta útil a proyectos políticos que resultan por lo general dañinos para las personas reales que viven unidas en una comunidad. No nos engañemos, no beneficia a aquellos que, por estar en una posición desfavorecida, representan con mayor facilidad esa ausencia de atributos que se da en el individuo masificado. Antes que a un pueblo el país debería aspirar a una comunidad de personas, individuos capaces de sumarse cuando resulte necesario pero tendientes a desarrollar su capacidad de querer, ese pseudópodo activo y real de la fuerza existencial ligado a la afirmación de lo más personal.
Si este no es el pueblo, el pueblo dónde está, cantaban silogísticamente los militantes de la izquierda peronista en los alrededores de la casa de la calle Gaspar Campos en la que Perón se alojaba al volver al país en 1973. La frase parece un ejercicio filosófico formulado en respuesta anticipada a la verificación de la inoperancia e inexistencia entremezcladas de la idea de pueblo, pero respondía a lo que alguien había dicho por televisión, que esa gente que festejaba a su líder no era el verdadero pueblo. ¿No basta la historia transcurrida para concluir que el pueblo, efectivamente, no estaba en ningún lado? Cada tanto aparecen grupos que en la calle intentan actuar el personaje pueblo, pero la representación resulta cada vez menos convincente, como lo resultan todos los papeles que no tienen ya vigencia ni una realidad que los soporte.
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