Thursday, March 09, 2006

Kirchner gana cuando "pierde", por Carlos Pagni

Si se examina la caída de Aníbal Ibarra con la lógica de las afinidades políticas, es decir, de las «familias» de dirigentes, es indiscutible que Néstor Kirchner sufrió un revés con esa destitución. Ibarra era uno de los suyos, por vía de adopción. No sólo llegó al gobierno municipal por segunda vez barrenando la ola que, en 2003, levantó Kirchner. También formó parte, desde entonces, de la coreografía oficial, asociado políticamente al jefe de Gabinete, Alberto Fernández, y poniendo el aparato de gobierno local al servicio de las empresas electorales de la Casa Rosada. Esta identificación tuvo manifestaciones -cada vez más tímidas- hasta último momento, cuando el alcalde asistía en calidad de «amigo Ibarra» a la liturgia oficial del Salón Blanco. Por eso su defenestración conmovió al esquema de poder oficial. Pero este criterio, el de los grupos de pertenencia, es sólo uno de los puntos de vista desde los cuales se pueden evaluar los daños de esta crisis.

Si se observa el fenómeno desde la perspectiva de la dinámica electoral y del máximo objetivo de Kirchner para los próximos dos años, su propia reelección, hay que sospechar que alguien habrá festejado en la intimidad del oficialismo el reemplazo de Ibarra por Jorge Telerman. Porque de esa lectura se desprende una conclusión categórica: el martes pasado el Presidente, perdiendo, ganó. Está fuera de duda que la Ciudad de Buenos Aires, siempre decisiva, lo es más para las pretensiones de Kirchner. No sólo por sus veleidades centroizquierdistas -que desde Alfredo Palacios tuvieron un mercado entre los porteños- sino porque, además, sus dos principales adversarios en la escala nacional -Mauricio Macri y Elisa Carrió- hacen política en la Capital Federal. Por eso en el drama de Ibarra está encerrado, indirectamente, el de la reelección presidencial. Con el reemplazo del jefe de Gobierno porteño, Kirchner está en condiciones de modificar la ecología en la que se discutirá su reelección en ese distrito crucial. Imaginar al Presidente buscando el voto de los porteños en 2007 con Ibarra instalado en el otro extremo de la Plaza de Mayo obliga a pensar en una sombra proyectada sobre la figura del candidato. En principio, porque estaría garantizada para el santacruceño la movilización permanente de las víctimas y familiares de los fallecidos en Cromañón. Una pesadilla para Kirchner, quien teme en cada tragedia la posibilidad de una secuencia de marchas de silencio incontrolable.

Así fue con las convocatorias de Juan Carlos Blumberg y lo mismo ocurrió con los padres de los adolescentes que murieron el 30 de diciembre de 2004. Ese miedo presidencial tiene asidero en la realidad: el único episodio desagradable que debió afrontar su esposa Cristina durante la campaña del año pasado se registró cuando esos familiares la increparon a ella y a Estela de Carlotto, en el Teatro Cervantes, durante una presentación del juez español Baltasar Garzón. Con independencia del mayor o menor grado de cultura institucional que se manifestó en la presión en favor de la salida del alcalde, es innegable que ese episodio tiene, al menos por ahora, el efecto de una catarsis. Es decir, Kirchner puede suponer que ha despejado un factor de tensión importante para la campaña de su reelección en la Ciudad.

El otro dato que convierte en una victoria, para el mediano plazo, la «derrota» del martes, es que el gobierno puede probar a Telerman como un candidato aceptable para la disputa municipal de 2007. Sobre todo si el reemplazante de Ibarra revela una vocación superior a la de su antecesor por las tareas más elementales que le demanda el vecindario a quien gobierna la comuna: desde juntar la basura a eliminar los baches. El nuevo alcalde no necesitará aplicar demasiados esfuerzos para superar la performance de Ibarra en ese rubro: la propensión del «intendente» caído a mejorar la gestión urbana fue bajísima. Tanto que hasta se puede apostar que, si hubiera aplicado a la administración la mitad de la imaginación que dedicó al marketing para evitar su salida, tal vez la destitución de anteayer no hubiera sido tan fácil para sus adversarios. Ahora a Kirchner se le abre también la posibilidad de exhibir algún logro en el gobierno local para reclamar la adhesión del electorado metropolitano a su continuidad en la Casa Rosada por otros cuatro años. Todas estas especulaciones son razonables para un candidato como el santacruceño. Después de todo, en los comicios del año pasado el candidato de su gobierno no tuvo un papel desastroso: Rafael Bielsa salió tercero pero con 20,49%, detrás de 22,01% de Carrió y 34,09% del triunfador Macri. Números que deben ser interpretados también, siquiera en parte, como una consecuencia del peso que tuvo la crisis de Cromañón en la percepción del electorado (situación que Bielsa intentó gambetear sin éxito). Para la interpretación de Kirchner, esos resultados cobijan señales optimistas: él está dispuesto a demostrar que, cuando la oferta de su gobierno sea su propia candidatura, buena parte de los votos que no capturó Bielsa facilitarán su reelección, sobre todo los que en la escala local prefieren al ARI.

• Victoria engañosa

Si el santacruceño tuvo en la destitución del jefe de Gobierno una derrota ficticia, la victoria de sus opositores también es engañosa. Por más que Carrió se confiese feliz. Sucede que ella y Macri tal vez no cuenten en adelante con esa «campaña» involuntaria e inevitable del dolor movilizado de los padres de Cromañón en contra del alcalde y, por momentos, de Kirchner. También corren el riesgo de que la ineficiencia de la gestión municipal se corrija, ahora que Telerman pretende retener el sillón sobre el que cayó por obra de una cadena azarosa. El mismo instruyó a su gabinete: «Quiero una gestión pensada para la escala municipal». Son condiciones adversas tanto para la disputa por el gobierno local como para las aspiraciones de cualquier candidato que se le cruce a Kirchner en 2007. Todas estas razones son las que vuelven tan dudosa la conducta del Presidente en el proceso de destitución de Ibarra. Es cierto que, si Alberto Fernández «es Kirchner», la Casa Rosada fue leal con el caído. Sin embargo, la incógnita mayor que se abre en el oficialismo es si esa identidad del Presidente con su jefe de Gabinete es tan completa como se supuso hasta ahora.

Ese interrogante se alimenta con otro: ¿un mandatario que consiguió 149 votos en la Cámara de Diputados para modificar el Consejo de la Magistratura en su favor no pudo lograr que dos de los «concejales» que se le subordinan voten como indicaban sus órdenes en el caso de Ibarra? A esta poco frecuente «libertad de conciencia» oficialista se le suman otros indicios en favor de la idea de que Kirchner, secretamente, abandonó al alcalde a pesar de Fernández. Esas pruebas las produjeron dos de los más encumbrados hombres del Presidente entre el martes y ayer. Antenoche, en las oficinas que Carlos Zannini posee en la calle Bernardo de Irigoyen al 300, los diputados Dante Dovena y Carlos Kunkel, el ex cuñado presidencial Armando Mercado y su actual dentista Jorge León festejaron la caída de Ibarra. Durante el mediodía de ayer sucedió algo parecido en los despachos que los allegados a Julio De Vido alquilan en la avenida Córdoba. Aunque aquí lo que se celebró no fue tanto la destitución del alcalde, ni siquiera el ascenso del «amigo Telerman»: el brindis fue por el traspié de Fernández, que anuncia otros temblores, ahora en la arquitectura del PJ Capital.