Otro capítulo de mi libro "Amor y País": La izquierda es reaccionaria.
La izquierda es reaccionaria, odia la libertad. Habla de ella todo el tiempo, pero la destruye en cada idea que genera.
La izquierda adopta la bandera de la libertad más pura, al punto de entender como sistema opresor incluso al universo político de la democracia, argumentando que este no puede eliminar la preeminencia de los sectores más poderosos ni dar soluciones consistentes a los problemas de la diferencia social y la pobreza. La izquierda señala a la democracia real como una democracia falsa, ya que la libertad que está como idea en su base no llega a realizarse como igualdad de oportunidades.
Sin embargo, cuando la izquierda crece en poder, o mejor dicho –ya que por suerte no lo logra-, cuando gana espacios en la opinión pública, la denuncia de falta de libertades se hace cada vez más generalizada, al punto de originar una estructura férrea, una mentalidad cerrada, guiada por la supuesta intención de salvaguardar al pueblo. La izquierda da lugar, en nombre de la libertad, a la censura y crítica de la libertad concreta de la sociedad. Por esa vía la prédica libertaria se traduce en una eliminación de la fluidez social, dando lugar a un repertorio de justificaciones que culmina con la operación maestra de poner todo problema social a cuenta de un enemigo cuyas artes es preciso limitar estrangulando la falsa libertad de la democracia un poco más. En esa operación han creado su pareja de deplorables deidades: un puro estado de bien y libertad más allá de toda concreción posible (pese a que gusta imaginar que sería realizable en un futuro lejano) y un desparramado y abundante reino del mal, bastante parecido al mundo demoníaco descripto desde visiones religiosas extremas. La izquierda es una alienación, un fanatismo religioso sin el componente de una gracia accesible, capaz de generar una autopista de mártires similar a la del aspecto más siniestro de la otra religión, aquella contra la que cree reaccionar repitiéndola de manera actualizada y tosca.
Puede decirse que no toda la izquierda se comporta de esta manera, citar por ejemplo el caso europeo para mostrar procesos ideológicos de maduración y crecimiento que han tenido lugar desde ella. Es necesario reconocer ese camino, pero también debemos admitir que la izquierda es capaz de crecimiento en la medida en la que traiciona sus bases rígidas y se vuelve, antes que una izquierda, un sector político democrático e integrado. ¿Corresponde seguir llamando izquierda a tal progreso? Hay que decir que sí, e incluso invitar a la izquierda pura a dejar de lado su pureza y enchastrarse un poco con la realidad tal como la realidad es. De esa forma no generarán más, o lo harán un poco menos, esos absurdos niveles de hipermoralidad que tanto daño le hacen a todo el mundo.
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