Thursday, April 27, 2006

Mis palabras en la presentación del libro "Por qué crecen los países" de García Hamilton


El evento fue en la Feria del Libro, el viernes 21. Esto dije:

En otro texto García Hamilton abordó el tema de la relación entre el autoritarismo y la improductividad. Me parece un enfoque superador. El autoritarismo suele ser tratado por lo general como una cuestión de avasallamiento de los derechos, lo cual está muy bien, pero de esa forma se deja afuera otra cuestión fundamental, que es la manera en la que ciertos componentes de la experiencia afectiva (porque creo que la raíz de lo que llamamos autoritarismo está allí) nos comprometen con un bajo nivel de desarrollo o con un estancamiento que se hace difícil de superar.

Tratar al tema del autoritarismo desde ese punto de vista, es decir, comprendiendo que es un obstáculo en el camino de nuestro desarrollo económico y espiritual es animársele al tema, al fenómeno, marcando un rumbo deseado y claro.

En la Introducción leemos que entre nosotros se dio, y creo que aun vemos las consecuencias de esto, un “intenso movimiento cultural tendiente a identificar la nacionalidad con el catolicismo y el ejército”. Expresamos de esa forma nuestra nacionalidad. Habiendo estos factores perdido vigencia, ¿qué nos queda? El deporte. Y más allá, la producción de una imagen negativa: Argentina como lo que no es, como lo que debe ser y nos decepciona, como el tema o motivo alrededor del cual expresamos nuestras fantasías negativas, nuestros temores, nuestros fracasos. Un país no se hace hablando de esto, se hace hablando de lo que queremos y de cuestiones de método.

Haciendo en esta Introducción una especie de breve recorrido por su vida y por los sentidos que se formaron y desplegaron en ella, el autor recuerda que en el Colegio del Sagrado Corazón encontró “un ambiente contrario a la labor empresarial y a la ganancia en las actividades privadas”. El país no era la riqueza, el país es la disciplina del ejército y la hipermoral de la iglesia. En su próximo volumen: “Por qué no crecen los países”, esperamos leer capítulos que desarrollen estos temas. Lo digo como un chiste, en realidad avalando el título del libro que estamos comentando, porque creo que es correcto dedicarse a observar el método que funciona más que a analizar, denigrar y volver a analizar el que no funciona, pero me parece que es importante señalar este aspecto nuestro tan limitante y tan contraproducente, al que podríamos llamar nuestra “mala conciencia” en relación con la riqueza. Nosotros creemos que los pobres son buenos y los ricos son malos. Es bastante difícil generar riqueza cuando la pobreza es una posición moral y no un problema a solucionar.

En el colegio secundario, dice García Hamilton, “percibí una intensificación de la desconfianza en el afán de lucro y de la condena al comercio, la riqueza personal y al crecimiento de un individuo sobre los demás”. Estos términos: “afán de lucro”, “comercio”, “riqueza personal”, “promoción del individuo”, suelen resultarnos emblemas del mal, pero tenemos que terminar de aceptar que los países que tienen menos pobreza, los que pueden crecer, son los que tienen a esta serie de términos o de realidades en la base de sus políticas y de su actividad general. Es una experiencia probada. El libro de García Hamilton avanza en ese sentido: ya hay experiencia, ¿qué funciona y qué no? Más allá de las discusiones ideológicas, que son discusiones metafísicas, que expresan la incapacidad de tratar con las cosas, de solucionar problemas, de desplegar inventiva en la gestión, resulta importante este ejercicio de observación concreta.

¿Y qué es lo que hace que un país crezca? “un sistema político estable, con gobiernos cuyos poderes han sido limitados y equilibrados entre sí”. Un plomo. Una sociedad constante, poco cambiante, llena de acuerdos y de leyes. Es un chiste, pero es importante pensarlo. A nosotros, argentinos, esto de las instituciones nos parece una especie de mariconada burguesa, y consideramos que las correcciones o adecuaciones personales o sectoriales que hacemos todo el tiempo son necesarias y valiosas, incluso “justicieras”. ¿Será ese el aspecto “piola”? Parece que la formalidad, sin embargo, rinde más.

Dice después García Hamilton: “Al disminuir las facultades de sus gobernantes, los que no pueden afectar la seguridad de los individuos ni confiscar las propiedades de algunos en beneficio de otros, estas comunidades han facilitado la capacidad creativa de sus ciudadanos”: Ah, entonces hay diversión. Lo que parece una perspectiva gris, ciudadanos que respetan normas, es lo que permite liberar la energía creativa por otro lado. En vez de divertirnos haciendo despelotes sociales nos divertiríamos inventando cosas que sirven, disfrutando de la riqueza, diseñando políticas de osadía educativa, etc. ¿Será que tenemos mal invertido el talento, que lo usamos para algo que no rinde? Lo usamos para tensar discusiones ideológicas sobre cosas irrelevantes, lo usamos para generar lucha social, lo usamos para hacer trampa personal y conseguir un lugarcito mejor, ¿podríamos usarlo para inventar?

Otra cosa que me hizo entender el libro, cito a la introducción otra vez, es la siguiente: “Las sociedades democráticas se rigen mediante gobiernos que surgen del voto de la mayoría de los ciudadanos, pero también se han creado instituciones para preservar los derechos fundamentales de las minorías, cuando estos pueden ser afectados por decisiones surgidas de los organismos populares”. Me parece un señalamiento importante. El voto es un valor incuestionable, pero al mismo tiempo entraña sus absurdos. El voto universal supone que se le pregunta a todo el mundo sobre cosas que ignora, y que el país toma una decisión de gobierno a partir de una expresión de ignorancia colectiva. La mayor parte de los votantes no tienen ni idea de lo que hace falta para que un país funcione bien. Esas opiniones recolectadas, ¿por qué habrían de llevarnos a un logro político? Los hechos nos muestran que la máxima que dice que el pueblo nunca se equivoca es completamente falsa. Lo que más hace el pueblo es ejercer su derecho a equivocarse una y otra vez. (Un paso más que habría que dar es cuestionar la sagrada noción de pueblo. El pueblo no existe, existen personas. En otra época tal vez existió, pero hoy en día es más adecuado hablar de personas, de sociedades. Puede parecer un paso reaccionario, esta puesta en cuestión del pueblo, pero lo cierto es que lo que resulta reaccionario –conservador, improductivo, violento, generador de pobreza- son los movimientos que usan el concepto pueblo para mover energías sociales en formas toscas y poco valiosas. Hay un eco fascista en la idea de pueblo, que tendríamos que aclarar y que nos llevaría a poder pensar los temas nacionales con ideas más adecuadas y efectivas).

Bueno, pero el voto es el mejor sistema conocido, al menos para nosotros, y una vía de superación de la ignorancia que expresa. Y lo que agrega García Hamilton me parece central: las instituciones no pueden ser alteradas por el voto. Las instituciones cuidan a la masa de votantes de los errores que puede cometer al expresar sus opiniones. Esto es importantísimo, y muestra el valor de ese fenómeno aburrido de las instituciones. Las instituciones cuidan a la gente de sí misma.

También en la Introducción García Hamilton subraya la importancia de la libertad académica y de la libre discusión, instituciones informales pero igualmente necesarias. Y creo que en este punto no se trata de aludir tanto a la libertad de prensa, tal como el estado puede alentarla o anularla, sino de la capacidad de los individuos de ejercer esa libertad. El ejercicio de la libertad es en una primera instancia un derecho, pero inmediatamente se transforma en un desafío: con algo hay que llenar ese espacio reclamado. El uso de la institución informal de la opinión libre se realiza en la medida en que haya opiniones circulando. Nosotros podemos hacer un uso mucho mayor de ese espacio. Tenemos más libertad de la que somos capaces de usar. Usarla quiere decir ser capaces de decir qué queremos y cómo pensamos lograrlo. Y con no dejar todo en el nivel de la formulación. Se trata más de libertad de expresión que de opinión, si estamos buscando expresarnos en hechos y realidades. Hay que sobrepasar el tema del valor formal de la libertad para habitarla y desplegar osadía, atrevimiento, innovación, invención, creatividad. La libertad es un valor, pero mientras quede en su versión metafísica o conceptual está vacía. Recordemos por otra parte que en los hechos alguien libre es generalmente mal visto, molesta. Y no digo que “moleste” a los poderosos, molesta a todo el mundo, incluso a los que hablan emocionados de la “libertad”.

García Hamilton comenta la idea de que en muchos estudios aparece la idea de que “son los pensamientos, los sentimientos y los hábitos de una población los que tienen una importante influencia sobre los comportamientos y los resultados materiales”. Esta relación entre la vida que solemos llamar íntima y la producción de hechos y sentidos sociales es una relación que todavía no hemos logrado ni comprender ni utilizar de manera plena. Siento que hay en ella una vía de avance posible. No se trata de luchar contra poderes objetivos o alucinados si no de armar formas de vivir la vida que permitan que el país florezca. Siento que el camino de desafiar y potenciar al individuo es más efectivo que el de actuar en el plano del enfrentamiento político. Y que ese trabajo sobre el individuo tiene que ver con las nociones aparentemente ingenuas de ganas de vivir, de felicidad personal, de soltura, de frescura. El sentido de la vida, me di cuenta, es hacer el amor con el mundo. Y termino con esto: aunque parezca algo secundario y que no tiene que ver con los problemas sociales creo que la idea y la realidad del amor es valiosa aun en ese contexto. Me parece que es precisamente ese el desafío, el de aprender a hablar de otras cosas y de otra manera.

El libro de García Hamilton nos invita a seguir avanzando en el camino de una búsqueda nueva, que obtiene de la observación de otras realidades un recurso importante para salir de los vicios de la nuestra y para poder recuperar la buena conciencia respecto de este universo individual que suele ser mal comprendido por nosotros.