¿A quién le importa el lenguaje?
Estas fueron mis palabras de ayer en la mesa convocada por La Nación y Zurich sobre el tema del lenguaje en la Feria del Libro:
Estoy un poco perdido por el título: ¿acaso el lenguaje está amenazado? El lenguaje le importa a todo el mundo, con la diversidad de formas que el interés puede manifestar. A todos los que nos comunicamos con palabras -es decir a todos- el lenguaje nos importa.
Es cierto que hay gente que puede sentir que el lenguaje está amenazado, asi como desde una perspectiva temerosa y conservadora se puede sentir (o se quiere y adora sentir) que todo está en riesgo, que la vida misma está en peligro o en decadencia.
Esa perspectiva abunda en el pensamiento intelectual y en el pensamiento convencional de la sociedad y no lo comparto.
Puede deberse a que:
· la Argentina está en un momento crítico (la pobreza hace que sintamos que todo se viene definitivamente abajo)
· la abundancia de cambios en nuestra sociedad y otras características de sus nos inspiran temor
· hay una intención conservadora, un plan de que lo nuevo no ponga en cuestión lo viejo (actúan sentidos viejos que no quieren dejar el lugar y pretenden que los sentidos nuevos no tienen derecho a ocuparlo)
Sentir que el lenguaje está amenazado es estar demasiado atado a una de sus formas o estados, al punto de creer que el cambio es deterioro. Creo por el contrario que el cambio del lenguaje es el natural cambio de una instancia viva, de un medio de la vida que sirve precisamente a esa vida que no para de moverse y transformarse.
Tal vez el título del encuentro busque darle realce al lenguaje, enfatizar su importancia: ¿es un llamado a ser capaces de mayor sutileza, mayor poder expresivo?
La propuesta es entonces una propuesta de crecimiento y desarrollo, y me parece valiosa. Desde esta perspectiva, me parece que cabrían otras aclaraciones, tal vez metodológicas.
Para decirlo de otra forma y retomar el punto anterior: no hay que sentir que algo está en riesgo para querer su crecimiento. El lenguaje no está en riesgo pero podemos querer señalar que conviene cultivarlo. Tal vez podemos incluso sostener la idea de que cultivar al lenguaje es también poner en movimiento una fuerza que ayude a poder algo en contra de la pobreza que nos abruma.
¿Para qué cultivarlo? Para que el tejido de la inteligencia argentina incremente su alcance y para que podamos elaborar nuevas formas de vida. El punto es ¿cómo se lo cultiva?
Me parece que hay que tener en cuenta varias cosas:
· que el fenómeno del lenguaje es un medio -un medio de fuerzas que buscan expresarse y comunicarse- y no un fin en sí mismo. Somos nosotros los que nos servimos del lenguaje y no quienes debemos servirlo a él. Si tuviéramos que pensar en desarrollar las capacidades de lenguaje de un grupo de alumnos secundarios, por ejemplo, lo que habría que hacer es fomentar la expresión que surge de sus visiones del mundo y no pensar de manera manifiesta en el lenguaje. Enseñar a disfrutar de la lectura y no hacer desencantados análisis de los textos. La materia literatura tendría que plantearse con estas instrucciones al docente: haga que los alumnos sientan el placer que ud siente al leer. Hay que promover el uso del lenguaje, no tomarlo como un objeto. En la medida en que su uso esté cargado de energía el lenguaje podrá desplegarse, crecer, y esto quiere decir necesariamente siempre re inventarse. Si nos asustamos por sus formas nuevas no ayudamos.
· que el fenómeno del lenguaje, como señalan los investigadores que estudian el cerebro, por más que parezca pertenecer al reino de la conciencia es más bien un fenómeno determinado por la inconciencia. Sólo el 5 por ciento de nuestro pensamiento, de nuestro aprendizaje y de nuestras emociones son conscientes. Esto no quiere decir que el lenguaje no deba ser valorado, pero sí que sus funciones pueden ser mejor comprendidas. De otra forma, enfatizar el lenguaje puede dar la ilusión de que la racionalidad pura se despliega en él y de que se trata de una función de orden y no de una función que logra vitalidad más bien por el contrario en la medida en que se entrega a fuerzas que lo llevan y lo traen sin que puedan ser explicadas, ni del todo regladas. La vitalidad del lenguaje, podríamos decir, depende de que lo concibamos como una superficie móvil y sensual, y no creamos que debe proveer a las vidas concretas de una hiper conciencia que rápidamente se transforma en exigencia moral. Si hay que hablar de moral creo que tenemos que aceptar que la sociedad funciona mejor en la medida en que se promueve la libertad del deseo de los individuos y no cuando se busca un orden basado en las buenas intenciones acentuadas retóricamente. La moral anda mejor cuando no es un tema, digamos. Los gobiernos que más moralistas se ponen son al final los que peores consecuencias nos traen.
· Habría que tener también cuidado de una tendencia muy expandida. El lenguaje sirve a veces, tratado como tema, para distanciarse de las cosas, limitando su funcionalidad y aquietándolo, volviéndolo objeto estético y no instancia dinámica de nuestra experiencia de vivir y buscar. Si un escritor está demasiado consciente del lenguaje no puede escribir, si en cambio permite que su querer decir o querer contar crezcan en intensidad estará paradójicamente logrando que el lenguaje sea pleno. El lenguaje vive en la medida en que lo trascendemos queriendo algo: comunicarnos, expresarnos, entender, buscar, proponer. Los investigadores neurológicos advierten también que el pensamiento no sucede en palabras, que el pensamiento sucede en impulsos e intensidades que luego -algunos y a veces- adquieren palabra. Nuestra identificación entre palabra y pensamiento es una forma de limitar nuestra potencia elaborativa y de desconocer nuestras cualidades animales y sensibles. Mucha de la importancia que suele dársele al lenguaje puede provenir de una errada identificación de lo que somos con la racionalidad, de manera que paradójicamente, termina también empobreciéndose ese lenguaje al que querríamos dotar de fuerza y sentido.
· Conclusión: Para que viva el lenguaje y para que crezca hay que despreocuparse de él, y poner la atención en procesos que lo atraviesan y lo hacen vivir. Y sí, esa vida lo hace cambiar todo el tiempo, y lo renueva y modifica de maneras que desde una posición purista pueden creerse negativas. Pero creo que es hora de entender que las posiciones puristas no aceptan que la naturaleza y la vida no responde a esas intenciones de orden, y que su desborde y exhuberancia son formas más productivas y valiosas de lo que podemos pensar desde la perspectiva temerosa que adoptamos automáticamente y que es nuestro deber superar.
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