Monday, June 12, 2006

"Campeones mundiales otra vez, no", artículo de Fernando Iglesias

Uno de los peores efectos a largo plazo del último de los milagros argentinos, en el que pasamos del abismo del 2002 a transformarnos en el país que más crece en el mundo, es la explosión de euforia que ha provocado, con consiguiente pérdida de nuestro ya inexistente sentido de autocrítica.

Lentamente, trabajosamente, cuatro años atrás la sociedad argentina salía de la crisis de la devaluación-pesificación-confiscación intentando hacer un balance de lo sucedido. En algunos casos, como en el del célebre "¡Que se vayan todos!", la actitud era la habitual: autojustificación y búsqueda de chivos expiatorios. Pero también existía una amplia y silenciosa mayoría que, según creo, había llegado a la conclusión crucial de que los periódicos desastres que asuelan el país no eran producto de un complot imperial o de la maldad de Anne Krueger o de una clase política acaso llegada de Marte sino la consecuencia inevitable de los hábitos y prácticas de la mayor parte de los ciudadanos nacionales. Había que cambiar, y para eso, había que ser autocríticos, en primer lugar, con nosotros mismos. Acaso haya sido solamente mi imaginación, pero dos carteles estratégicamente ubicados en el Parque Lezama expresaban con gracia esta posición. El de arriba sostenía el habitual "¡Que se vayan todos!". El de abajo anunciaba: "Ciudadanías italianas y españolas" y un numero de teléfono.

Todo se lo llevó el viento de cola. Hoy, la publicidad del Banco Provincia (sí, el mismo que en manos del duhaldismo menemista extravió millones de dólares en aras de la salvación de la santísima burguesía nacional) nos administra el nuevo mantra: la patria de la corrupción y la entrega se ha marchado para siempre; la ha reemplazado definitivamente un país-en-serio condenado-al-éxito que se dirige sin pausas al destino-de-grandeza que sólo la maldad de los conspiradores le ha impedido alcanzar hasta ahora. Para peor, ahora se viene el Mundial de Fútbol...

Sostiene Aldo Ferrer, aquel ministro de economía de la dictadura de Levingston al que no se le aplican las mismas reglas que a Alterini por formar parte del "Plan Fénix", el mismo que cree que "vivir con lo nuestro" es un programa racional en un mundo globalizado... Aldo Ferrer, decía, ha escrito en su libro sobre la globalización que el hecho de que Argentina haya ganado dos mundiales demuestra cuál es nuestra verdadero potencial cuando el juego se realiza con reglas justas y no es distorsionado por las imposiciones de los más fuertes, como sucede en el contexto económico mundial.

Curiosa teoría. Cualquiera podría responderla señalando que es más fácil amañar un mundial de fútbol que el entero marco económico global, con lo que los dos mundiales que ganamos vendrían a demostrar que a los argentinos nos va bien en el concierto mundial del fútbol porque jugamos bien al fútbol, en tanto nos va pésimo en el de economía porque somos pésimos para trabajar cooperativa y organizadamente como requiere la producción moderna, para no mencionar las peregrinas ideas que se les ocurren a algunos de nuestros economistas.

Alguien más cáustico daría vuelta la cuestión, señalando que los dos mundiales ganados por Argentina demuestran que el universo del fútbol es cualquier cosa menos un ámbito neutro en el que reina el fair play. En efecto, el triunfo del ’78 se obtuvo en un país que era aún poco más que un gran campo de concentración y con una victoria (6-0 sobre Perú) más que dudosa. En cuanto al otro, el de Méjico ’86, se logró después de que Argentina eliminara a Inglaterra utilizando en beneficio propio y gracias a acuerdos nunca bien especificados la célebre mano de Dios.

Desde que la dictadura se terminó y Bilardo se fue de la selección ya no me da vergüenza ver los partidos e hinchar, moderadamente, civilmente, por la selección argentina. Bielsa y sus equipos no han ganado nada importante pero han hecho más por el país que Maradona y Bilardo. Lo han representado dignamente en un mundo que desconfía de él con buenas razones y brindado a la población local un ejemplo de juego limpio completamente opuesto al ganar-cueste-lo-que-cueste que predomina en la ética bilardista y en la vida cotidiana de los argentinos, con consecuencias que no hace falta mencionar.

En este aspecto, Pekerman es un buen continuador. Sus equipos ganan y pierden limpiamente, dignamente, lo que no es poco. En junio, frente al televisor, me pondré muy contento si los veintitrés que eligió hacen un buen papel. Pero campeones del mundo no, por favor. Ya lo fueron Videla en el ’78 (y siguió lo que siguió, incluido un amago de guerra con Chile) y Alfonsín en el ’86 (y tuvimos el tercer movimiento histórico y los carapintadas, las Felices Pascuas y la hiperinflación).

Sorín, muchachos: campeones del mundo no, por lo que más quieran. Háganlo por la Patria si no lo hacen por mí.