Monday, June 12, 2006

"¿Hinchas o ciudadanos?", artículo de Fernando Iglesias

A pocos días del Campeonato Mundial de Fútbol de Alemania subsisten dos gigantescas confusiones. La mayoría de las personas creen que se trata de un evento mundial. Otras, más desorientadas aún, creen que se trata de un campeonato de fútbol.

Nada de eso. Por razones opuestas a aquellas por las cuales Frank Sinatra no es un cantante de fama internacional sino mundial, ya que las naciones-estado no han intervenido en modo alguno en su estrellato, el campeonato de fútbol a disputarse en 2006 en Alemania no es “mundial” sino inter-nacional. Después de una década en la que las ciencias sociales no hablan de otra cosa que de la globalización no está de más subrayar la diferencia. En cuanto a la pretensión de que el objeto principal de Alemania 2006 sea el fútbol, invito al lector a hacer el siguiente experimento mental: suponga que las selecciones sean disueltas y sus integrantes mezclados utilizando el conocido método de la “pisadita”. Digamos: un equipo cosmopolita capitaneado por Ronaldinho, otro por Riquelme, otro por Zidane, y así. Pregunto: ¿vería alguien alguno de los partidos de fútbol que se disputasen independientemente de su calidad técnica, que difícilmente sería inferior al desastroso espectáculo que suelen ofrecer los mundiales? Con lo cual llegamos a una inevitable conclusión: de lo que se trata en Alemania 2006 no es del mundo ni del fútbol, sino de las naciones y el nacionalismo.

Durante semanas, personas que carecen de toda habilidad física, que nunca se han puesto pantalones cortos y que ignoran el significado de la palabra “rabona” dirán cosas como “Le ganamos a Inglaterra” o “Hicimos tres goles”. Exiliados políticos se reunirán frente el televisor para alentar a la selección de su país con mayor entusiasmo aún que los déspotas que en casa saben que se juegan a los penales buena parte de su caudal político. Seres humanos ninguneados por sus gobiernos nacionales y carentes de todo derecho concreto a nivel mundial se sentirán poderosos e importantes si “su” selección llega a las semifinales. Y después del Mundial, cuando las miserias cotidianas vuelvan a hacerse visibles, todos denunciaremos a la responsable: la demoníaca globalización depredadora. ¿No es maravilloso?

Grandes negocios globales desarrollados gracias a la adscripción identitaria a una pertenencia nacional: ¿no recuerda esto el orden presente del mundo? En tanto, dos grandes postulados que es tabú criticar sustentan el delirio sobre el que se asienta el “Mundial”. El primero asegura que el nacionalismo es intrínseco a la cultura humana, idea muy similar a la que de quienes alegaban hace algunos que las naciones-estado serían imposibles de formar dado que nada uniría a sicilianos y lombardos, y también a la de quienes hace medio siglo señalaban como utópica la unidad europea ya que después de tres guerras nada ni nadie uniría a franceses y alemanes.

El segundo postulado “mundialista” es que el nacionalismo crea ciudadanía, es decir: solidaridad y cohesión social. Quienes esto crean no tienen más que mirar al gran pentacampeón mundial de la historia del fútbol, Brasil, uno de los pocos países del mundo más nacionalistas que la misma Argentina y el segundo en desigualdades de la tabla mundial, detrás de Sierra Leona. En cuanto a su cohesión social, ha quedado bien ejemplificada por la reciente guerra civil desatada entre el estado y las mafias de la droga.

Por otra parte, ¿ha sido la nacionalista Europa de principios de siglo más justa e igualitaria que la supranacional Europa de postguerra? ¿Son los Estados Unidos de Bush, surgidos de la tragedia del 11 de Septiembre e indudablemente más nacionalistas que antes de ella, más fraternos que los de los noventa presididos por Clinton? Que lo digan los ancianos europeos y los negros de New Orleans.

Nada de esto importa. Ciego a toda evidencia histórica, el nacionalismo seguirá insistiendo en que exaltar la pertenencia a la Nación es condición ineludible de un país solidario. Por donde llegamos directamente a la escuela argentina, en la que se administra el catecismo nacionalista con la misma metodología que cualquier catecismo, esto es: antes de que el damnificado goce del uso de razón crítica. Entran los chicos, se iza la bandera y se canta “Alta en el cielo, un águila guerrera...”. Salen los chicos, se baja la bandera y se canta “Alta en el cielo, un águila guerrera...”. Seis feriados nacionalistas y uno solo civil (el 1º de mayo) rigen el calendario escolar. No satisfechos con un día patrio, los argentinos tenemos dos. Las cátedras de Historia nacional y Geografía nacional ocupan tres cuartas partes del programa. A ellas se destacan los mejores profesores, en tanto a Educación Cívica (o como le hayan puesto en los últimos meses) es asignada la sobrina del director, que está estudiando abogacía. ¿Cómo asombrarse de que los alumnos salgan de esta escuela sabiendo de memoria los accidentes de la costa patagónica pero ignorándolo todo sobre el Renacimiento y la geografía de Asia? ¿Qué tiene de sorprendente esa obsesión tan argentina por el pasado nacional, que se revela impiadosamente tanto en la lista de best sellers como en el debate político de estos días, obsesión curiosamente relacionada con la ignorancia absoluta de las reglas republicanas que gobiernan una democracia?

Basta mirar el trato que reciben en este país sus ciudadanos más vulnerables y repasar sus estadísticas de distribución de la riqueza para comprobar las diferencias que median entre ciudadanía y nacionalismo. La mayor parte de los argentinos ignora la diferencia entre diputados y senadores pero cree que embanderar la casa-quinta sobre la que no pagan impuestos o el taxi con el que cruzan semáforos en rojo es un acto de patriotismo que hace que el país sea mejor de alguna manera. Proponga usted una educación menos nacionalista en las escuelas, como la que se aplica –digamos- en los países escandinavos, y los mismos que sostienen que el nacionalismo es una propiedad intrínseca del alma humana (¿por qué insistir con él, entonces?) lo acusarán de traidor a la Patria haciendo uso de una inteligencia similar a la de esa insigne diputada que necesita ver 8 segundos la bandera en pantalla para identificar la procedencia nacional de una película.

He aquí las razones de la abrumadora pasión mundialista que invade el país, largamente superior a la de cualquier otro lugar del mundo con la probable y significativa excepción de Brasil: una escuela que no produce ciudadanos sino fanáticos de la selección argentina. Que se preparen ya los artefactos de TV en los que nuestros chicos verán sus encuentros no es más que una simple admisión de culpas preexistentes. Lo verdaderamente triste es que les será difícil distinguir entre las clases habituales y los partidos de fútbol.