D´Elía, por Carlos Pagni, en Ambito de hoy
La figura de Luis D'Elía volvió a quedar expuesta con malos colores en los últimos días. Primero, con la pretensión de arrebatar propiedades rurales en el litoral, en una experiencia que de «piquetero» lo convertiría en una especie de «sin tierra» (mejor no darle ideas, es cierto). Después, transformado en jefe de las fuerzas de choque oficialistas que impedirían la llegada a la Plaza de Mayo de las personas inquietas por la inseguridad: cometido muy adecuado para alguien que fue llevado a los tribunales por tomar una comisaría y, de paso, dejarla desprovista de armas y chalecos antibalas. Completó el circuito apareciendo por Misiones para apoyar -eso es lo que creía estar haciendo- la reforma constitucional de Carlos Rovira.
Como si el Altísimo hubiera escuchado los ruegos del obispo Joaquín Piña y le enviara ese paradójico auxilio. El grotesco de estas fotos ha impedido advertir con total claridad otra dimensión en los movimientos de D'Elía. Para hacerlo conviene cambiar de punto de vista y mirarlo desde la Casa Rosada. Es decir, con la perspectiva con que lo contemplan sus jefes. Desde ese ángulo, este piquetero no interesa ya como feroz instrumento de un Estado que va al choque contra aquellos frente a los que se siente desafiado. Lo que llama la atención, o -si se quiere- lo que indigna, es que haya desempeñado ese rol con tan grande ineficiencia. Para decirlo crudamente: los funcionarios de Kirchner se maldicen a sí mismos por dejarse arrebatar recursos presupuestarios cuantiosos para pagar contraprestaciones que no eran, ni por lejos, las esperadas. Pecado capital para alguien meticuloso y, sobre todo, ahorrativo, como Néstor Kirchner: D'Elía se lo viene «fumando» desde hace meses con caudales significativos de dinero para, a la hora de aplicar sus artes, hacerlo de manera casi estudiantil, bochornosa.
· Pista
La concentración del 25 de mayo, en la Plaza, había dado ya una pista de esta desproporción. El dato quedó solapado en la confusión de euforia y gente. Pero para los organizadores del acto fue ostensible que los «piqueteros» oficiales no llevaron a esa fiesta la cantidad de « invitados» a la que se habían comprometido. Ni por asomo las 22.000 personas que figuraban en la libreta de Oscar Parrilli. El malentendido pasó de largo. Había mucho para festejar.
El jueves pasado, en cambio, la defraudación fue más irritante. El delivery de desafortunados al que se comprometió D'Elía fue muy defectuoso: de 20.000 personas que se habían previsto, en el Obelisco no hubo más de 2.000. Pero de esas 2.000 sólo 500 podrían ser identificadas con la Federación de Tierra y Vivienda (FTV). Las otras 1.500 fueron arrastradas por los intendentes Mario Ishii (José C. Paz) y Julio Pereyra (Florencio Varela).
Aquí hay que situar la primera defraudación específica en la que incurrió el subsecretario de Hábitat: la plata que aplicó el gobierno a la organización de su « contramarcha» hablaba de otros números. Podría decirse que el ratio de ineficiencia en el gasto de dinero por persona movilizada convirtió a la del jueves en la mayor estafa de los últimos años por parte de un -llamémosle así- dirigente social contra el Estado que lo financia.
Para encontrar algo igual habría que remontarse a los recursos obtenidos por D'Elía y su socio de entonces, Jorge Cevallos, cuando cortaron la Ruta 3 e hicieron llegar hasta La Matanza al secretario presidencial Leonardo Aiello con una bolsa de « planes» que levantaron el bloqueo. Claro, ni Fernando de la Rúa poseía el poder de Kirchner, ni Aiello -se supone- tenía la experiencia en este tipo de transacciones que, hay que imaginar, caracteriza a Parrilli.
· Fuerzas menguadas
La conclusión es curiosa: la movilización de D'Elía, que para la mayor parte de la ciudadanía fue una demostración física de autoritarismo e intolerancia, vista con el microscopio del funcionariado oficial se convierte en una especie de cuento del tío en el que Kirchner cayó casi como un principiante, un chico del PRO.
El fiasco del Obelisco no debería, sin embargo, sorprender a quienes tratan con D'Elía. Salvo Parrilli, hay muchos hombres del gobierno que podrían informarle al Presidente cómo las fuerzas de este vecino de La Matanza disminuyeron de manera acelerada durante los últimos dos años. En parte, hay que reconocerlo, por el costo que tiene para cualquier simulador de disidencia el abrazarse al Presupuesto y a los cargos oficiales con la pasión con que lo ha hecho este ex concejal. Entre los años 2003 y 2004 D'Elía fue abandonado por los grupos «Atahualpa» (de especial desarrollo en Moreno y La Plata) y «Marcha Grande» (de La Plata). Adherentes a la CTA de Víctor De Gennaro, los militantes de estas agrupaciones no se sintieron nunca cómodos con el estilo « petista» de ese sindicalista democristiano y eso facilitó que D'Elía los captara con su estilo barrial, resabio de sus orígenes de activista católico del conurbano.
Se puede decir que a esos grupos el «piquetero» de la FTV los perdió por su adhesión desaforada al gobierno: ya fue difícil que lo vieran como un combativo. Le aplicaron el teorema de Baglini, al revés. En cambio, en las agrupaciones de separación más reciente aducen otras causales de divorcio. No sólo la falta de rendición de cuentas con el dinero, algo al parecer habitual en el estilo de liderazgo de D'Elía. También un modo de conducción concentrado, que descansa en muy pocos colaboradores,mandón y arrebatado-(para aclarar cualquierconfusión oficialista: la descripción se sigue refiriendo a D'Elía).
· Traspasos
El «piquetero» pasó de las comunidades eclesiales de base al Frente Grande, del Frepaso al duhaldismo y del duhaldismo a las organizaciones «K» sin retener más que a tres o cuatro lugartenientes. Sobre todo un par: Alberto Vulcano y Carlos López,un médico convertido en empleado público a las órdenes de Parrilli. Encerrado en ese círculo, D'Elía fue perdiendo predicamento en Chaco y Formosa, donde le reportaba un interesante movimientocampesino; se le escapó media FTV en Santa Fe y ya no cuenta con «puntero» alguno en Córdoba. Su reino se atrofió: alcanza los límites de Isidro Casanova y, sobre todo, el barrio «El Tambo», donde tiene su casa. En vano encomendarle, entonces, movilizaciones en la Capital: no le queda ni el comedor «Los Pibes», en La Boca, que sigue atendiendo Lito Borello y que fue la principal base de operación asistencial de la FTV en la Ciudad. El barrio quedó ahora asociado a D'Elía por otras razones: la toma de la Comisaría 24ª en un hecho que puso de manifiesto la línea tenue que separa militancia de marginalidad lumpen en los bajos fondos del área metropolitana. Los recursos confiados a este vocero del oficialismo no disminuyeron en la misma proporción de las adhesiones que cosecha. Desde las muertesde Kosteki y Santillán, cuando Duhalde decidió abrir la mano de los planes de asistencia social de modo indiscriminado, la FTV controla innumerables prestaciones nacionales y provinciales. Hay quienes calculan que el Estado le provee, como mínimo, 100.000 subsidios para repartir mes a mes. Kirchner decidió después condecorar a D'Elía asignándole otros 250 millones de pesos, fondo que nutre a la Subsecretaría de Hábitat en la que se designó a este «dirigente social». Sin mencionar el emporio de «empresas recuperadas» del que se viene apropiando este activista.
Es lógico, entonces, que hayan visto al Presidente envuelto en llamas cuando le informaron los números de la marcha organizada por su «piquetero» en el Obelisco. Ni qué hablar del blooper de Adolfo Pérez Esquivel. Nadie sabe si el jueves pasado al santacruceño lo irritó más Blumberg o D'Elía. Tal vez hubiera sido más seguro y barato entorpecer la manifestación del ingeniero con un despliegue de seguridad exagerado, cinismo al que recurrieron todos los ministros del Interior anteriores a Aníbal Fernández cada vez que procuraron dejar la Plaza vacía. Discusiones teóricas. Kirchner se ocupa ahora de otro problema: hablar con quienes conocen a D'Elía -desde el presidente de la Cámara de Diputados, Alberto Balestrini, hasta funcionarios de nivel medio del gobierno nacional- para hacerlo callar y, si fuera posible, desaparecer de la escena por un tiempo. Sería bueno para el país. También para el gobierno. Pero agravaría el derroche presupuestario que supone pagar millones de pesos para que alguien permanezca en su casa sin la necesidad de siquiera fingir cierta preocupación por el destino de los más desamparados.
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