Sunday, September 03, 2006

Desaparecidos: Capítulo de mi libro "Amor y País"

Los desaparecidos no son héroes, son víctimas. De los temas delicados también hay que hablar, por más que parezca una herejía.

Ni el dolor ni la tragedia ni la monstruosidad de los hechos deben hacernos perder de vista la realidad a la que pertenecen. La muerte no es jamás un mecanismo de glorificación ni una prueba de verdad. Ni siquiera la muerte dada en forma atroz e injusta. La atrocidad del asesinato no se proyecta como corona de gracia sobre el que lo ha padecido, aunque esa muerte pueda trastornarnos más allá de nuestros límites.

Los desaparecidos es un concepto demasiado abarcativo. Es importante distinguir en él a aquellos que habían optado por la lucha armada, de aquellos que eran simples militantes políticos, de aquellos otros que no eran ni una cosa ni la otra, y que cayeron en el conjunto sin otra causa que la delincuencia ideológica de las bandas del terror. ¿Podemos saber la cantidad cierta de personas que formaban parte de estos subgrupos? Los desaparecidos que fueron activistas armados cayeron en la ley de la violencia por la que optaron y en la que decidieron también dar muerte. Sus familias pueden estar lógicamente afectadas por haberlos perdido, pero no debemos perder de vista que en sus planes estuvo también dar con violencia la muerte que terminaron recibiendo. Los militantes políticos no armados y aquellos que fueron muertos siendo ajenos a toda acción política forman parte de un mismo tipo de desaparecido, aquel sobre el que se cometió la mayor injusticia, las verdaderas víctimas. Sí, sus asesinos merecen lo peor, y si hubiera tenido el poder suficiente para aplicarla, la sociedad no debería haber descartado la aplicación de la pena de muerte a personas como Videla, Astiz o el Tigre Acosta.

Decir que los desaparecidos no son héroes sino víctimas, y decir aun más que sólo fueron víctimas aquellos que no habían optado por la lucha armada, quiere decir: no prolonguemos como sentido político el dolor que su caso señala, porque de esa forma estaríamos aun en el terreno de una visión social enamorada de la muerte y de la imposibilidad. Visión que, dicho sea además, estaba presente en la intención de aquellos que optaron por hacer política con las armas.

Creer que la solución a los problemas nacionales es salir a matar a los malos es tan ingenuo como creer que puede darse una sociedad sin enfrentamientos sociales. Lo peor es que esa ingenuidad es, además de una visión simplista, una que produce el peor de los daños, y que participa como protagonista de una ceremonia de muerte representada por dos movimientos apasionados y malignos. Goza de mala prensa, pero lo que se llama con tono despectivo la teoría de los dos demonios tiene su razón de ser: este baile de muerte lo bailaron una izquierda demente y asesina y un grupo de perversos puros, salidos del fondo oscuro y patológico de la sociedad.

No sólo es importante no hacer de los desaparecidos héroes, también es importante que la izquierda pueda pensar y comprender el descarrilamiento social sobre el que tiene responsabilidad compartida al haber dado lugar a la lucha armada. La sociedad en su conjunto debe valorar el momento democrático actual, ya que aunque no nos demos cuenta asimila la experiencia pasada y se aleja saludablemente de ella.