Friday, January 27, 2006

Capítulo de "Amor y País": La inmadurez del progresismo

El progresismo expresa una mentalidad ignorante e inmadura. No comprende la vida ni quiere comprenderla.

¿Por qué ignorante? Porque desconoce los hechos fundamentales de la realidad social y señala como ilegítimos y dañinos fenómenos que son la base de la existencia, tales como la diferencia, el poder, la exhuberancia de la vida y el constante e inevitable desvío que la realidad padece de sus metas racionales. Porque no puede ver la realidad tal como ella es y cada vez que describe algún fenómeno lo hace en forma negativa. Porque no sabe en qué metas es útil y verosímil aplicar la fuerza y en cuales no, porque cultiva las buenas intenciones como si estas hicieran la diferencia aunque en los hechos no la haga, porque en vez de mirar las experiencias sociales a la cara prefiere inventarlas de acuerdo a sus deseos, porque sus deseos no trabajan con las cosas sino con una imagen inventada de las cosas. Porque genera figuras de pensamiento de deliberada oscuridad y escaso interés, poniendo más lejos lo que sabe cerca, porque en esa oscuridad encuentra alivio su deseo de eludir los problemas que dice bravamente enfrentar. Porque cree que es posible transformar lo que no es posible transformar, y lo que sí es posible no sabe verlo, ni quiere verlo o hasta desprecia a quien invierte allí su capacidad de trabajo. Porque habla de la historia sin conocerla, porque la interpreta desde un sesgo de constante falsedad, porque prefiere siempre la descripción que salva sus posiciones aunque se base en negaciones de hechos verificables. Porque en vez de buscar conocer busca desconocer, negar, manipular, porque la realidad entera está al servicio de sus creencias y no es respetada en sus formas concretas.

¿Es lo mismo el progresismo que la izquierda? Progresismo es una manera suavizada y actitudinal de aludir a lo que en términos políticos crudos se ha llamado tradicionalmente la izquierda. Es posible que esa mutación terminológica esté haciendo el valioso trabajo de reformulación que la izquierda necesita para volverse una opción política verosímil. La izquierda es importante, es una voz imprescindible dentro del coro social de voces, en donde el valor de las participaciones no está tanto dado por su grado de verdad sino por ser expresión de sectores sociales que deben converger pese a toda diferencia. Es cierto que el número de personas a quienes la izquierda representa es mínimo (por más que ella crea que no es así, el sector al que cree apartado de sus verdades por considerarlo víctima de un engaño le huye como a la peste), pero no es tan mínima su presencia en la conciencia del sentido común, reina de los medios de comunicación.

El origen religioso de estos idealismos es visible, tanto como lo es su parentesco con el fanatismo fascista que es su hermano histórico: y tras una identificación con la pureza y con el bien se trata de una participación encaminada a generar una cadena de desastres.

Lo opuesto a la izquierda o al progresismo no es la derecha (por más que uno de los latiguillos de la argumentación de la izquierda así lo pretenda) es la sensatez y las ganas de vivir, esas actitudes de vida que prefieren el trabajo de lo posible a la militancia nefasta y contraproducente en una alucinación a la que gustan presentar bajo la forma equívoca de “la justicia” o “la libertad”.


Thursday, January 26, 2006

Razas, botas y nacionalismo, por Vargas Llosa

La gira por Europa de Evo Morales, presidente electo de Bolivia, que dentro de unos días asumirá la primera magistratura de su país, ha sido un gran éxito mediático.

Su atuendo y apariencia, que parecían programados por un genial asesor de imagen, no altiplánico, sino neoyorquino, han hecho la delicias de la prensa y elevado el entusiasmo de la izquierda boba a extremos orgásmicos. Pronostico que el peinado estilo “fraile campanero” del nuevo mandatario boliviano, sus chompas rayadas con todos los colores del arco iris, las casacas de cuero raídas, los vaqueros arrugados y los zapatones de minero se convertirán pronto en el nuevo signo de distinción vestuaria de la progresía occidental. Excelente noticia para los criadores de auquénidos bolivianos y peruanos y para los fabricantes de chompas de alpaca, llama o vicuñas de los países andinos, que así verán incrementarse sus exportaciones.

Lo que más han destacado periodistas y políticos occidentales es que Evo Morales es el primer indígena que llega a ocupar la presidencia de la república de Bolivia, con lo cual se corrige una injusticia discriminante y racista de cinco siglos cometida por la ínfima minoría blanca contra los millones de indios aymaras y quechuas bolivianos. Aquella afirmación es una flagrante inexactitud histórica, pues por la presidencia de Bolivia han pasado buen número de bolivianos del más humilde origen, generalmente espadones que habiendo comenzado como soldados rasos escalaron posiciones en el Ejército hasta encaramarse en el poder mediante un cuartelazo, peste endémica de la que Bolivia no consiguió librarse sino en la segunda mitad del siglo XX. Para los racistas interesados en este género de estadísticas, les recomiendo leer Los caudillos bárbaros, un espléndido ensayo sobre los dictadorzuelos que se sucedieron en la presidencia de Bolivia en el siglo XIX que escribió Alcides Arguedas, historiador y prosista de mucha garra, aunque demasiado afrancesado y pesimista para el paladar contemporáneo.

No hace muchos años parecía un axioma que el racismo era una tara peligrosa, que debía ser combatida sin contemplaciones, porque las ideas de raza pura, o de razas superiores e inferiores, habían mostrado con el nazismo las apocalípticas consecuencias que esos estereotipos ideológicos podían provocar. Pero, de un tiempo a esta parte, y gracias a personajes como el venezolano Hugo Chávez, el boliviano Evo Morales y la familia Humala en Perú, el racismo cobra de pronto protagonismo y respetabilidad y, fomentado y bendecido por un sector irresponsable de la izquierda, se convierte en un valor, en un factor que sirve para determinar la bondad y la maldad de las personas, es decir, su corrección o incorrección política.

Plantear el problema latinoamericano en términos raciales como hacen aquellos demagogos es una irresponsabilidad insensata. Equivale a querer reemplazar los estúpidos e interesados prejuicios de ciertos latinoamericanos que se creen blancos contra los indios, por otros, igualmente absurdos, de los indios contra los blancos. En Perú, don Isaac Humala, padre de dos candidatos presidenciales en las elecciones del próximo abril —y uno de ellos, el teniente coronel Ollanta, con posibilidades de ser elegido— ha explicado la organización de la sociedad peruana, de acuerdo a la raza, que le gustaría que cualquiera de sus retoños que llegara al gobierno pusiera en práctica: Perú sería un país donde sólo los “cobrizos andinos” gozarían de la nacionalidad; el resto —blancos, negros, amarillos— serían sólo “ciudadanos” a los que se les reconocerían algunos derechos. Si un “blanco” latinoamericano hubiera hecho una propuesta semejante hubiera sido crucificado, con toda razón, por la ira universal. Pero como quien la formula es un supuesto indio, ello sólo ha merecido algunas discretas ironías o una silenciosa aprobación.

Llamo a don Isaac Humala un “supuesto” indio, porque, en verdad eso es lo que han dictaminado que es sus paisanos del pueblecito ayacuchano de donde la familia Humala salió para trasladarse a Lima. Una socióloga fue recientemente a husmear los antecedentes andinos de los Humala en aquel lugar, y descubrió que los campesinos los consideraban los “mistis” locales, es decir los “blancos”, porque tenían propiedades, ganado y eran, cómo no, explotadores de indios.

Tampoco el señor Evo Morales es un indio, propiamente hablando, aunque naciera en una familia indígena muy pobre y fuera de niño pastor de llamas. Basta oírlo hablar su buen castellano de erres rotundas y sibilantes eses serranas, su astuta modestia (“me asusta un poco, señores, verme rodeado de tantos periodistas, ustedes perdonen”), sus estudiadas y sabias ambigüedades (“el capitalismo europeo es bueno, pues, pero el de los Estados Unidos no lo es”) para saber que don Evo es el emblemático criollo latinoamericano, vivo como una ardilla, trepador y latero, y con una vasta experiencia de manipulador de hombres y mujeres, adquirida en su larga trayectoria de dirigente cocalero y miembro de la aristocracia sindical.

Cualquiera que no sea ciego y obtuso advierte, de entrada, en América Latina, que, más que raciales, las nociones de “indio” y “blanco” (o “negro” o “amarillo”) son culturales y que están impregnadas de un contenido económico y social. Un latinoamericano se blanquea a medida que se enriquece o adquiere poder, en tanto que un pobre se cholea o indianiza a medida que desciende en la pirámide social. Lo que indica que el prejuicio racial —que, sin duda, existe y ha causado y causa todavía tremendas injusticias— es también, y acaso sobre todo, un prejuicio social y económico de los sectores favorecidos y privilegiados contra los explotados y marginados.

América Latina es cada vez más, por fortuna, un continente mestizo, culturalmente hablando. Este mestizaje ha sido mucho más lento en los países andinos, desde luego, que, digamos, en México o en Paraguay, pero ha avanzado de todos modos al extremo de que hablar de “indios puros” o “blancos puros” es una falacia. Esa pureza racial, si es que existe, está confinada en minorías tan insignificantes que no entran siquiera en las estadísticas (en Perú, los únicos indios “puros”, serían, según los biólogos, el puñadito de urus del Titicaca).

En todo caso, por una razón elemental de justicia y de igualdad, los prejuicios raciales deben ser erradicados como una fuente abyecta de discriminación y de violencia. Todos, sin excepción, los de blancos contra indios y los de indios contra blancos, negros o amarillos. Es extraordinario que haya que recordarlo todavía y, sobre todo, que haya que recordárselo a esa izquierda que, arreada por gentes como el comandante Hugo Chávez, el cocalero Evo Morales o el doctor Isaac Humala están dando derecho de ciudad a formas renovadas de racismo.

No sólo la raza se vuelve un concepto ideológico presentable en estos tiempos aberrantes. También el militarismo. El presidente de Venezuela, Hugo Chávez, acaba de hacer el elogio más exaltado del general Juan Velasco Alvarado, el dictador que gobernó Perú entre 1968 y 1975, cuya política, ha dicho, continuará en Perú su protegido, el comandante Ollanta Humala, si ganase las elecciones.

El general Velasco Alvarado derribó mediante un golpe de estado el gobierno democrático de Fernando Belaúnde Terry e instauró una dictadura militar de izquierda que expropió todos los medios de comunicación y puso los canales de televisión y los periódicos en manos de una camarilla de mercenarios reclutados en las sentinas de la izquierda. Nacionalizó las tierras y buena parte de las industrias, encarceló y deportó a opositores y puso fin a toda forma de crítica y oposición política. Su desastrosa política económica hundió a Perú en una crisis atroz que golpeó, sobre todo, a los sectores más humildes, obreros, campesinos y marginados, y el país todavía no se recupera del todo de aquella catástrofe que el general Velasco y su mafia castrense causaron a Perú. Ese es el modelo que el comandante Chávez y su discípulo el comandante Humala quisieran —con la complicidad de los electores obnubilados— ver reinstaurado en Perú y en América Latina.

Además de racistas y militaristas, estos nuevos caudillos bárbaros se jactan de ser nacionalistas. No podía ser de otra manera. El nacionalismo es la cultura de los incultos, una entelequia ideológica construida de manera tan obtusa y primaria como el racismo (y su correlato inevitable), que hace de la pertenencia a una abstracción colectivista —la nación— el valor supremo y la credencial privilegiada de un individuo. Si hay un continente donde el nacionalismo ha hecho estragos es en América Latina. Esa fue la ideología en que vistieron sus atropellos y exacciones todos los caudillos que nos desangraron en guerras internas o externas, el pretexto que sirvió para dilapidar recursos en armamentos (lo que permitía las grandes corrupciones) y el obstáculo principal para la integración económica y política de los países latinoamericanos. Parece mentira que, con todo lo que hemos vivido, haya todavía una izquierda en Latinoamérica que resucite a estos monstruos —la raza, la bota y el nacionalismo— como una panacea para nuestros problemas. Es verdad que hay otra izquierda, más responsable y más moderna —la representada por un Ricardo Lagos, un Tabaré Vásquez o un Lula da Silva— que se distingue nítidamente de la que encarnan esos anacronismos vivientes que son Hugo Chávez, Evo Morales y el clan de los Humala. Pero, por desgracia, es mucho menos influyente que la que propaga por todo el continente el presidente venezolano con su verborrea y sus petrodólares.

Monday, January 02, 2006

Ambito Financiero día lunes 2 de Enero del 2005: Evaluación de los editoriales políticos del fin de semana.

MORALES SOLA, JOAQUIN.
«La Nación».

No trajo información pero redondeó el mejor comentario de fin de semana. Analiza el intento del kirchnerismo por dominar el Consejo de la Magistratura, algo que sería la caída al abismo final (esperemos que temporario) de un ya de por sí criticable nivel de la Justicia argentina. Aplica el columnista muy bien la lógica en dos acotaciones. Se pregunta -y tiene razón- por qué el presidente de la Nación llama «el pasado» al pronunciamiento conjunto de la oposición sobre el deplorable proyecto si el mismo Néstor Kirchner -en permanencia en la política y hasta en edad- es más «pasado» que muchos de los que se pronunciaron. El otro análisis, también fruto de la lógica aplicada, es que los «populistas» latinoamericanos actuales ya no tienen masas en las plazas y «balcón», como significaba por caso Juan Perón. Lo mismo le sucede al venezolano Hugo Chávez que no logra ni acercar a las urnas más de 25% de los votantes. Con imagen muy lograda Morales Solá dice que la puerta al «balcón» está cerrada y los actos los hace el presidente Kirchner en el salón interior de la Casa Rosada ante funcionarios complacientes frente a los cuales lanza sus desorbitadas réplicas.

Debió profundizar más el columnista ese buen enfoque y arriesgar por qué ahora los demagogos latinoamericanos no tienen «plaza» con gente ni «balcón» desde el cual enardecerse y enardecer a masas. Los nuevos populistas de nuestro continente tienen más plata que carisma, a la inversa de lo que ocurría en los años '40 y '50 con Juan Perón, Getulio Vargas en Brasil, Ibáñez en Chile y luego Velasco Ibarra en Ecuador, Rafael Pérez Giménez en Venezuela y otros. No es tanto que modernamente la televisión sustituya «los actos» en lugares abiertos, aunque ciertamente ese medio es fuerte difusor. Pero ningún populista, porque está en sus entrañas, desecharía un acto de glorificación frente a una multitud que lo aclamara. Desde el mundial de fútbol de 1978 tenemos en la Argentina televisión de alto nivel y en color, sin embargo ni Italo Lúder ni Raúl Alfonsín, en el proselitismo de 1983, se privaron de reunir un millón de personas cada uno en la avenida 9 de Julio. ¿Acaso no fue televisado el acto donde Juan Carlos Blumberg reunió frente al Congreso -y marcó el récord de concurrencia de los últimos años- casi 200.000 personas? El repudio a siete años de largo militarismo en el primer caso y la ira en la población al ver sus hijos amenazados de secuestro y muerte movilizaron a la sociedad, en esos actos, hubiera o no televisión.

El déficit personal de los populistas actuales latinoamericanos -quizá pueda ser una excepción futura el boliviano Evo Morales- es, entonces, que no atraen a las masas porque no tienen ese «ángel» en presencia y en discursos, algo que en definitiva sería una suerte para las democracias que amenazan. Perón, Ibáñez y el brasileño Vargas también sumaban plata (la acumulada por vender afuera y no poder importar durante la Segunda Guerra Mundial de 1939-1945). «Sumaban». Hoy día sólo es plata para repartir subsidios, dar prebendas y recolectar así votos y voluntades. ¿Quién imaginó alguna vez a Eduardo Duhalde frente a una Plaza de Mayo repleta de público cuando sólo era capaz de reunir gente en un polideportivo y con activistas llevados en colectivos pagos más choripán y gaseosa? ¿Alguien se lo imagina al matrimonio Kirchner llenando espontáneamente por simpatía un estadio de River? Pero mientras los chinos e indios suman bienestar y se devoren nuestra soja y nuestros alimentos de exportación y mientras el barril de petróleo esté en 60 dólares para Venezuela los populistas de izquierda seguirán gobernando. Y hasta con votos en urnas legítimas, aunque sean sufragios regados con mucho dinero.

Morales Solá agrega que los gobernadores radicales que no se plegaron a la oposición que repudió el intento kirchnerista de dominar totalmente a la Justicia fue porque tuvieron
«órdenes del gobierno nacional con furiosas advertencias sobre asignaciones de recursos públicos». Sería que la Casa de Gobierno les preavisó que si se sumaban al repudio de la oposición tendrían menos dinero del Estado. Dinero, siempre dinero sustentando estos populismos. ¿También adiós al federalismo con esa presión a gobernadores? Es grave.

VAN DER KOOY, Eduardo.
«Clarín».


Cómo será de antidemocrático el proyecto de la Casa Rosada para dominar el Consejo de la Magistratura que hasta el vocero oficial Van der Kooy lo critica. Arriesga decir que tal sanción «ingresaría al país en una fase de regresión política». Sorprendente que en las páginas de un monopolio de prensa, socio hoy del gobierno, como es «Clarín» se exprese que «el que tiene facilidades para impedir suele tener también las mayores facilidades para tejer alianzas» (léase comprar apoyos). Aventura luego Van der Kooy, en referencia a que si hay tal nefasta reforma el kirchnerismo con 5 amanuenses sobre 13 miembros trabará todo lo que necesite reunir dos tercios (los temas más severos sobre jueces, por ejemplo) no le costará mucho sumar para imponerse entre los 8 restantes. Pensemos que entre estos 8 está por ejemplo Fredi Storani, quien con Leopoldo Moreau unió al radicalismo a Eduardo Duhalde para el golpe de Estado civil contra Fernando de la Rúa, además es un político que siempre jugó de « izquierdoso» y se mantuvo vigente -como Moreau- en el radicalismo gracias a ubicar punteros en cargos públicos. Y siempre concede éstos el gobierno de turno.

Van der Kooy agrega algo muy significativo, tratándose del diario monopólico y oficialista. Dice taxativamente que
«es probable que en las próximas semanas (febrero) el gobierno logre aprobar la reforma del Consejo de la Magistratura». Recoge el pensamiento del kirchnerismo que manipula medios para convencer a Diputados, cuando el Senado ya pasó a ser una figura decorativa que aprueba -hasta sin debatir- todo lo que la Casa Rosada quiere. Gocemos el sol de este mes de enero porque parece que en febrero vienen oscuros nubarrones sobre la República.

GRONDONA, MARIANO.
«La Nación».


Didáctico siempre encara científicamente el «síndrome maníaco depresivo». De ahí pasa al «síndrome anárquico autoritario» que le imputa a Néstor Kirchner y no se entiende bien por qué a la par lo pone a Fernando de la Rúa, un hombre que habría cumplido su mandato y quizá reelecto si hubiera tenido la suerte de que el lanzamiento mundial de los chinos al bienestar (sólo en un tercio de su población) hubiera coincidido con su mandato. Gobernar una Argentina que recibe tanta plata no necesita de geniales estadistas que la gobiernen ni mucho menos. Inclusive un calmo como aquel radical hubiera tenido menos problemas externos, de inversiones y menos inflación que los inquietos pero demasiadas veces errados pingüinos patagónicos. Invoca Grondona a Juan Bautista Alberdi para las alternativas entre presidentes débiles, como De la Rúa y autoritarios como Néstor Kirchner, olvidándose que ambas cualidades dependieron de la economía nacional que les tocó enfrentar. En realidad, más modernamente, el «jefe de Gabinete» instalado por la última reforma constitucional ya buscaba solución a eso. Pero los argentinos somos transgresores y cuando alguno llega al poder lo quiere ejercer con exceso. Hasta Raúl Alfonsín soñaba con un «tercer movimiento» a partir de él. El kirchnerismo ha creado enormes enconos en la sociedad con su accionar político elefantiásico y el público alarmado requiere mayor drasticidad en los comentarios pero pensemos que sin la base filosófica como fondo permanente los restantes análisis sonarían huecos.

Por otra parte, no muchos deben coincidir en ubicar a un Néstor Kirchner como « maníaco depresivo» aunque sí en que es autoritario. Algunos lo ubican más como egocéntrico. Entre los «mesiánicos» lo ubicó un diario este sábado pasado. Otros creen que es un hombre de arrebatos adolescentes producto de hechos desconocidos de su propia infancia. La única coincidencia general es que es un político que para nada refleja el pensamiento del hombre medio argentino aunque tiene el conocimiento pícaro del lado flaco de nuestra sociedad: son más que en otros países los que aquí se «borocotizan», o sea cambian ideas por prebendas.