Thursday, March 23, 2006

Otro capítulo de mi libro "Amor y País": La izquierda es reaccionaria.

La izquierda es reaccionaria, odia la libertad. Habla de ella todo el tiempo, pero la destruye en cada idea que genera.

La izquierda adopta la bandera de la libertad más pura, al punto de entender como sistema opresor incluso al universo político de la democracia, argumentando que este no puede eliminar la preeminencia de los sectores más poderosos ni dar soluciones consistentes a los problemas de la diferencia social y la pobreza. La izquierda señala a la democracia real como una democracia falsa, ya que la libertad que está como idea en su base no llega a realizarse como igualdad de oportunidades.

Sin embargo, cuando la izquierda crece en poder, o mejor dicho –ya que por suerte no lo logra-, cuando gana espacios en la opinión pública, la denuncia de falta de libertades se hace cada vez más generalizada, al punto de originar una estructura férrea, una mentalidad cerrada, guiada por la supuesta intención de salvaguardar al pueblo. La izquierda da lugar, en nombre de la libertad, a la censura y crítica de la libertad concreta de la sociedad. Por esa vía la prédica libertaria se traduce en una eliminación de la fluidez social, dando lugar a un repertorio de justificaciones que culmina con la operación maestra de poner todo problema social a cuenta de un enemigo cuyas artes es preciso limitar estrangulando la falsa libertad de la democracia un poco más. En esa operación han creado su pareja de deplorables deidades: un puro estado de bien y libertad más allá de toda concreción posible (pese a que gusta imaginar que sería realizable en un futuro lejano) y un desparramado y abundante reino del mal, bastante parecido al mundo demoníaco descripto desde visiones religiosas extremas. La izquierda es una alienación, un fanatismo religioso sin el componente de una gracia accesible, capaz de generar una autopista de mártires similar a la del aspecto más siniestro de la otra religión, aquella contra la que cree reaccionar repitiéndola de manera actualizada y tosca.

Puede decirse que no toda la izquierda se comporta de esta manera, citar por ejemplo el caso europeo para mostrar procesos ideológicos de maduración y crecimiento que han tenido lugar desde ella. Es necesario reconocer ese camino, pero también debemos admitir que la izquierda es capaz de crecimiento en la medida en la que traiciona sus bases rígidas y se vuelve, antes que una izquierda, un sector político democrático e integrado. ¿Corresponde seguir llamando izquierda a tal progreso? Hay que decir que sí, e incluso invitar a la izquierda pura a dejar de lado su pureza y enchastrarse un poco con la realidad tal como la realidad es. De esa forma no generarán más, o lo harán un poco menos, esos absurdos niveles de hipermoralidad que tanto daño le hacen a todo el mundo.

Wednesday, March 22, 2006

Capítulo de mi libro "Amor y País": sobre la memoria.

La única memoria útil es espontánea. Que las nuevas generaciones hagan lo suyo.

Se hace hincapié de una manera delirante en el valor de la memoria. La tendencia memoriosa encarna la fuerza de choque de aquellos que prefieren hacer reinar el tiempo muerto sobre el tiempo vivo, generando compromisos que bajo su apariencia justiciera tienen por el contrario el negativo efecto de despojarnos de nuestra vitalidad y de nuestro deseo de vivir. Nadie dice que los hechos de la historia argentina reciente como el golpe de estado de 1976 deban ser ignorados, pero ¿es adecuado conmemorar con un acto año a año en los colegios ese hecho? El argumento a favor de tal costumbre sostiene que es importante tener memoria de las cosas que han pasado para no repetirlas. Pero dicho argumento no se sostiene: la posibilidad de no repetir hechos aberrantes no depende de tenerlos frescos en la conciencia años después de que hayan sucedido sino de generar las fuerzas necesarias para un juego de sentido distinto. Y es a través de ese recuerdo en apariencia bien intencionado se intenta más bien perpetuar el juego nefasto que esos hechos conmemorados testimonian. Que un grupo de adolescentes nacidos en el 89, deban a sus 15 años escuchar a sus adultos arrojándoles encima el temor y el terror que ellos han sentido décadas atrás y con el que tal vez hayan incluso contribuido, como si esta fuera la línea de horizonte inevitable, más que trabajar en contra del proceso militar es hacerle un servicio. Esa actitud implica reafirmar un límite para la vida social que no tiene nada que ver con el momento actual y cuyo efecto es recortar la libertad disponible, dando énfasis a un temor que no debería ya limitarnos. No es adecuado, en nombre de la memoria, tratar como si fueran sentidos vigentes en nuestra sociedad sentidos que en realidad hemos podido sacarnos de encima.

La memoria que sirve, la memoria útil y necesaria, es aquella que está presente en la conciencia nacional de manera espontánea. La memoria de la experiencia del Proceso y de la violencia política que lo precedió y lo rodeó, aparece en el hecho evolutivo de que hoy la política argentina no considera viable la aplicación de la violencia como medio de nada. Esa memoria, internalizada, sentida, hecha forma nueva de vida que se proyecta hacia delante, es valiosa. Es falta de confianza creer que si las cosas espantosas del pasado no son recordadas de manera intencional y consciente éstas volverán a repetirse. La fuerza más útil para que nuestra vida social avance hacia otros campos es la de una vida capaz de expandir su fuerza sin contar con las amenazas de los mayores, amenazas que además se visten de mérito y de nobleza sin tener motivo para hacerlo, cuando en verdad testimonian con fruición un pasado de fracasos e impotencia, de miedo e incapacidad. Hay que dejar que los adolescentes vivan su vida nueva, no actuar con resentimiento al verlos avanzar sin temor en un mundo más libre que el nuestro. Conviene que seamos sostén y aliados de su nueva aventura y no censores sin derecho, propagadores del temor.

El valor de la memoria supone el plan de no dejar que las nuevas generaciones asomen la cabeza por encima de la línea de fracaso e imposibilidad de las generaciones anteriores. Equivale a decirle a los nuevos que no vayan a creerse dueños de sus vidas, que no están tan libres como pueden creer, que el peso del pasado debe imponerles un límite necesario. Este proceso se presenta con justificaciones de todo tipo, pero su finalidad es reproducir la amargura y la ignorancia de un pasado que no merece propagarse. Conviene usar esa energía y esos recursos al aprendizaje de nuevos talentos y al desarrollo de estrategias de invención y crecimiento. La memoria busca volver a poner en el nivel de una conciencia aun elaborante lo que para muchos ya es conciencia elaborada, sensibilidad integrada dispuesta a avanzar. ¿Cómo logra una persona vivir una relación amorosa feliz, recordando día a día la patología de su relación anterior, el maltrato del melodrama superado, o proyectando su deseo en la vida actual de manera de hacerla más fuerte y de ampliar su base? El valor equívoco de la memoria tiene un trasfondo de miedo y de impotencia, es un valor que reproduce límites superados como si fueran sagrados, se propaga a través de una militancia enamorada de un pasado de fracaso que siente que todo atrevimiento es su enemigo. La memoria es un valor reaccionario, conservador y mezquino. No es que haya que negar el pasado, pero dejemos que el presente elabore su forma utilizando ese pasado con inocencia. Y si algo llega a olvidarse recordemos que la vida no es un fenómeno de formas congeladas sino de constante y exhuberante producción de formas siempre nuevas. Vitalidad quiere decir apoyar este movimiento poderoso, nuestro compromiso debe ser con este exceso generoso, con esta abundancia que nos hace ser y que también nos hará pasar de largo y dejar el lugar a cosas nuevas. ¿Será que quien aboga por la memoria tolera mal que su momento haya pasado? Tal vez se equivoca: si pudiera reformular su sensibilidad sería capaz de ver lo mucho que le queda por delante, las enormes posibilidades que todavía están disponibles en su camino.

Thursday, March 09, 2006

Kirchner gana cuando "pierde", por Carlos Pagni

Si se examina la caída de Aníbal Ibarra con la lógica de las afinidades políticas, es decir, de las «familias» de dirigentes, es indiscutible que Néstor Kirchner sufrió un revés con esa destitución. Ibarra era uno de los suyos, por vía de adopción. No sólo llegó al gobierno municipal por segunda vez barrenando la ola que, en 2003, levantó Kirchner. También formó parte, desde entonces, de la coreografía oficial, asociado políticamente al jefe de Gabinete, Alberto Fernández, y poniendo el aparato de gobierno local al servicio de las empresas electorales de la Casa Rosada. Esta identificación tuvo manifestaciones -cada vez más tímidas- hasta último momento, cuando el alcalde asistía en calidad de «amigo Ibarra» a la liturgia oficial del Salón Blanco. Por eso su defenestración conmovió al esquema de poder oficial. Pero este criterio, el de los grupos de pertenencia, es sólo uno de los puntos de vista desde los cuales se pueden evaluar los daños de esta crisis.

Si se observa el fenómeno desde la perspectiva de la dinámica electoral y del máximo objetivo de Kirchner para los próximos dos años, su propia reelección, hay que sospechar que alguien habrá festejado en la intimidad del oficialismo el reemplazo de Ibarra por Jorge Telerman. Porque de esa lectura se desprende una conclusión categórica: el martes pasado el Presidente, perdiendo, ganó. Está fuera de duda que la Ciudad de Buenos Aires, siempre decisiva, lo es más para las pretensiones de Kirchner. No sólo por sus veleidades centroizquierdistas -que desde Alfredo Palacios tuvieron un mercado entre los porteños- sino porque, además, sus dos principales adversarios en la escala nacional -Mauricio Macri y Elisa Carrió- hacen política en la Capital Federal. Por eso en el drama de Ibarra está encerrado, indirectamente, el de la reelección presidencial. Con el reemplazo del jefe de Gobierno porteño, Kirchner está en condiciones de modificar la ecología en la que se discutirá su reelección en ese distrito crucial. Imaginar al Presidente buscando el voto de los porteños en 2007 con Ibarra instalado en el otro extremo de la Plaza de Mayo obliga a pensar en una sombra proyectada sobre la figura del candidato. En principio, porque estaría garantizada para el santacruceño la movilización permanente de las víctimas y familiares de los fallecidos en Cromañón. Una pesadilla para Kirchner, quien teme en cada tragedia la posibilidad de una secuencia de marchas de silencio incontrolable.

Así fue con las convocatorias de Juan Carlos Blumberg y lo mismo ocurrió con los padres de los adolescentes que murieron el 30 de diciembre de 2004. Ese miedo presidencial tiene asidero en la realidad: el único episodio desagradable que debió afrontar su esposa Cristina durante la campaña del año pasado se registró cuando esos familiares la increparon a ella y a Estela de Carlotto, en el Teatro Cervantes, durante una presentación del juez español Baltasar Garzón. Con independencia del mayor o menor grado de cultura institucional que se manifestó en la presión en favor de la salida del alcalde, es innegable que ese episodio tiene, al menos por ahora, el efecto de una catarsis. Es decir, Kirchner puede suponer que ha despejado un factor de tensión importante para la campaña de su reelección en la Ciudad.

El otro dato que convierte en una victoria, para el mediano plazo, la «derrota» del martes, es que el gobierno puede probar a Telerman como un candidato aceptable para la disputa municipal de 2007. Sobre todo si el reemplazante de Ibarra revela una vocación superior a la de su antecesor por las tareas más elementales que le demanda el vecindario a quien gobierna la comuna: desde juntar la basura a eliminar los baches. El nuevo alcalde no necesitará aplicar demasiados esfuerzos para superar la performance de Ibarra en ese rubro: la propensión del «intendente» caído a mejorar la gestión urbana fue bajísima. Tanto que hasta se puede apostar que, si hubiera aplicado a la administración la mitad de la imaginación que dedicó al marketing para evitar su salida, tal vez la destitución de anteayer no hubiera sido tan fácil para sus adversarios. Ahora a Kirchner se le abre también la posibilidad de exhibir algún logro en el gobierno local para reclamar la adhesión del electorado metropolitano a su continuidad en la Casa Rosada por otros cuatro años. Todas estas especulaciones son razonables para un candidato como el santacruceño. Después de todo, en los comicios del año pasado el candidato de su gobierno no tuvo un papel desastroso: Rafael Bielsa salió tercero pero con 20,49%, detrás de 22,01% de Carrió y 34,09% del triunfador Macri. Números que deben ser interpretados también, siquiera en parte, como una consecuencia del peso que tuvo la crisis de Cromañón en la percepción del electorado (situación que Bielsa intentó gambetear sin éxito). Para la interpretación de Kirchner, esos resultados cobijan señales optimistas: él está dispuesto a demostrar que, cuando la oferta de su gobierno sea su propia candidatura, buena parte de los votos que no capturó Bielsa facilitarán su reelección, sobre todo los que en la escala local prefieren al ARI.

• Victoria engañosa

Si el santacruceño tuvo en la destitución del jefe de Gobierno una derrota ficticia, la victoria de sus opositores también es engañosa. Por más que Carrió se confiese feliz. Sucede que ella y Macri tal vez no cuenten en adelante con esa «campaña» involuntaria e inevitable del dolor movilizado de los padres de Cromañón en contra del alcalde y, por momentos, de Kirchner. También corren el riesgo de que la ineficiencia de la gestión municipal se corrija, ahora que Telerman pretende retener el sillón sobre el que cayó por obra de una cadena azarosa. El mismo instruyó a su gabinete: «Quiero una gestión pensada para la escala municipal». Son condiciones adversas tanto para la disputa por el gobierno local como para las aspiraciones de cualquier candidato que se le cruce a Kirchner en 2007. Todas estas razones son las que vuelven tan dudosa la conducta del Presidente en el proceso de destitución de Ibarra. Es cierto que, si Alberto Fernández «es Kirchner», la Casa Rosada fue leal con el caído. Sin embargo, la incógnita mayor que se abre en el oficialismo es si esa identidad del Presidente con su jefe de Gabinete es tan completa como se supuso hasta ahora.

Ese interrogante se alimenta con otro: ¿un mandatario que consiguió 149 votos en la Cámara de Diputados para modificar el Consejo de la Magistratura en su favor no pudo lograr que dos de los «concejales» que se le subordinan voten como indicaban sus órdenes en el caso de Ibarra? A esta poco frecuente «libertad de conciencia» oficialista se le suman otros indicios en favor de la idea de que Kirchner, secretamente, abandonó al alcalde a pesar de Fernández. Esas pruebas las produjeron dos de los más encumbrados hombres del Presidente entre el martes y ayer. Antenoche, en las oficinas que Carlos Zannini posee en la calle Bernardo de Irigoyen al 300, los diputados Dante Dovena y Carlos Kunkel, el ex cuñado presidencial Armando Mercado y su actual dentista Jorge León festejaron la caída de Ibarra. Durante el mediodía de ayer sucedió algo parecido en los despachos que los allegados a Julio De Vido alquilan en la avenida Córdoba. Aunque aquí lo que se celebró no fue tanto la destitución del alcalde, ni siquiera el ascenso del «amigo Telerman»: el brindis fue por el traspié de Fernández, que anuncia otros temblores, ahora en la arquitectura del PJ Capital.