Thursday, April 27, 2006

Mis palabras en la presentación del libro "Por qué crecen los países" de García Hamilton


El evento fue en la Feria del Libro, el viernes 21. Esto dije:

En otro texto García Hamilton abordó el tema de la relación entre el autoritarismo y la improductividad. Me parece un enfoque superador. El autoritarismo suele ser tratado por lo general como una cuestión de avasallamiento de los derechos, lo cual está muy bien, pero de esa forma se deja afuera otra cuestión fundamental, que es la manera en la que ciertos componentes de la experiencia afectiva (porque creo que la raíz de lo que llamamos autoritarismo está allí) nos comprometen con un bajo nivel de desarrollo o con un estancamiento que se hace difícil de superar.

Tratar al tema del autoritarismo desde ese punto de vista, es decir, comprendiendo que es un obstáculo en el camino de nuestro desarrollo económico y espiritual es animársele al tema, al fenómeno, marcando un rumbo deseado y claro.

En la Introducción leemos que entre nosotros se dio, y creo que aun vemos las consecuencias de esto, un “intenso movimiento cultural tendiente a identificar la nacionalidad con el catolicismo y el ejército”. Expresamos de esa forma nuestra nacionalidad. Habiendo estos factores perdido vigencia, ¿qué nos queda? El deporte. Y más allá, la producción de una imagen negativa: Argentina como lo que no es, como lo que debe ser y nos decepciona, como el tema o motivo alrededor del cual expresamos nuestras fantasías negativas, nuestros temores, nuestros fracasos. Un país no se hace hablando de esto, se hace hablando de lo que queremos y de cuestiones de método.

Haciendo en esta Introducción una especie de breve recorrido por su vida y por los sentidos que se formaron y desplegaron en ella, el autor recuerda que en el Colegio del Sagrado Corazón encontró “un ambiente contrario a la labor empresarial y a la ganancia en las actividades privadas”. El país no era la riqueza, el país es la disciplina del ejército y la hipermoral de la iglesia. En su próximo volumen: “Por qué no crecen los países”, esperamos leer capítulos que desarrollen estos temas. Lo digo como un chiste, en realidad avalando el título del libro que estamos comentando, porque creo que es correcto dedicarse a observar el método que funciona más que a analizar, denigrar y volver a analizar el que no funciona, pero me parece que es importante señalar este aspecto nuestro tan limitante y tan contraproducente, al que podríamos llamar nuestra “mala conciencia” en relación con la riqueza. Nosotros creemos que los pobres son buenos y los ricos son malos. Es bastante difícil generar riqueza cuando la pobreza es una posición moral y no un problema a solucionar.

En el colegio secundario, dice García Hamilton, “percibí una intensificación de la desconfianza en el afán de lucro y de la condena al comercio, la riqueza personal y al crecimiento de un individuo sobre los demás”. Estos términos: “afán de lucro”, “comercio”, “riqueza personal”, “promoción del individuo”, suelen resultarnos emblemas del mal, pero tenemos que terminar de aceptar que los países que tienen menos pobreza, los que pueden crecer, son los que tienen a esta serie de términos o de realidades en la base de sus políticas y de su actividad general. Es una experiencia probada. El libro de García Hamilton avanza en ese sentido: ya hay experiencia, ¿qué funciona y qué no? Más allá de las discusiones ideológicas, que son discusiones metafísicas, que expresan la incapacidad de tratar con las cosas, de solucionar problemas, de desplegar inventiva en la gestión, resulta importante este ejercicio de observación concreta.

¿Y qué es lo que hace que un país crezca? “un sistema político estable, con gobiernos cuyos poderes han sido limitados y equilibrados entre sí”. Un plomo. Una sociedad constante, poco cambiante, llena de acuerdos y de leyes. Es un chiste, pero es importante pensarlo. A nosotros, argentinos, esto de las instituciones nos parece una especie de mariconada burguesa, y consideramos que las correcciones o adecuaciones personales o sectoriales que hacemos todo el tiempo son necesarias y valiosas, incluso “justicieras”. ¿Será ese el aspecto “piola”? Parece que la formalidad, sin embargo, rinde más.

Dice después García Hamilton: “Al disminuir las facultades de sus gobernantes, los que no pueden afectar la seguridad de los individuos ni confiscar las propiedades de algunos en beneficio de otros, estas comunidades han facilitado la capacidad creativa de sus ciudadanos”: Ah, entonces hay diversión. Lo que parece una perspectiva gris, ciudadanos que respetan normas, es lo que permite liberar la energía creativa por otro lado. En vez de divertirnos haciendo despelotes sociales nos divertiríamos inventando cosas que sirven, disfrutando de la riqueza, diseñando políticas de osadía educativa, etc. ¿Será que tenemos mal invertido el talento, que lo usamos para algo que no rinde? Lo usamos para tensar discusiones ideológicas sobre cosas irrelevantes, lo usamos para generar lucha social, lo usamos para hacer trampa personal y conseguir un lugarcito mejor, ¿podríamos usarlo para inventar?

Otra cosa que me hizo entender el libro, cito a la introducción otra vez, es la siguiente: “Las sociedades democráticas se rigen mediante gobiernos que surgen del voto de la mayoría de los ciudadanos, pero también se han creado instituciones para preservar los derechos fundamentales de las minorías, cuando estos pueden ser afectados por decisiones surgidas de los organismos populares”. Me parece un señalamiento importante. El voto es un valor incuestionable, pero al mismo tiempo entraña sus absurdos. El voto universal supone que se le pregunta a todo el mundo sobre cosas que ignora, y que el país toma una decisión de gobierno a partir de una expresión de ignorancia colectiva. La mayor parte de los votantes no tienen ni idea de lo que hace falta para que un país funcione bien. Esas opiniones recolectadas, ¿por qué habrían de llevarnos a un logro político? Los hechos nos muestran que la máxima que dice que el pueblo nunca se equivoca es completamente falsa. Lo que más hace el pueblo es ejercer su derecho a equivocarse una y otra vez. (Un paso más que habría que dar es cuestionar la sagrada noción de pueblo. El pueblo no existe, existen personas. En otra época tal vez existió, pero hoy en día es más adecuado hablar de personas, de sociedades. Puede parecer un paso reaccionario, esta puesta en cuestión del pueblo, pero lo cierto es que lo que resulta reaccionario –conservador, improductivo, violento, generador de pobreza- son los movimientos que usan el concepto pueblo para mover energías sociales en formas toscas y poco valiosas. Hay un eco fascista en la idea de pueblo, que tendríamos que aclarar y que nos llevaría a poder pensar los temas nacionales con ideas más adecuadas y efectivas).

Bueno, pero el voto es el mejor sistema conocido, al menos para nosotros, y una vía de superación de la ignorancia que expresa. Y lo que agrega García Hamilton me parece central: las instituciones no pueden ser alteradas por el voto. Las instituciones cuidan a la masa de votantes de los errores que puede cometer al expresar sus opiniones. Esto es importantísimo, y muestra el valor de ese fenómeno aburrido de las instituciones. Las instituciones cuidan a la gente de sí misma.

También en la Introducción García Hamilton subraya la importancia de la libertad académica y de la libre discusión, instituciones informales pero igualmente necesarias. Y creo que en este punto no se trata de aludir tanto a la libertad de prensa, tal como el estado puede alentarla o anularla, sino de la capacidad de los individuos de ejercer esa libertad. El ejercicio de la libertad es en una primera instancia un derecho, pero inmediatamente se transforma en un desafío: con algo hay que llenar ese espacio reclamado. El uso de la institución informal de la opinión libre se realiza en la medida en que haya opiniones circulando. Nosotros podemos hacer un uso mucho mayor de ese espacio. Tenemos más libertad de la que somos capaces de usar. Usarla quiere decir ser capaces de decir qué queremos y cómo pensamos lograrlo. Y con no dejar todo en el nivel de la formulación. Se trata más de libertad de expresión que de opinión, si estamos buscando expresarnos en hechos y realidades. Hay que sobrepasar el tema del valor formal de la libertad para habitarla y desplegar osadía, atrevimiento, innovación, invención, creatividad. La libertad es un valor, pero mientras quede en su versión metafísica o conceptual está vacía. Recordemos por otra parte que en los hechos alguien libre es generalmente mal visto, molesta. Y no digo que “moleste” a los poderosos, molesta a todo el mundo, incluso a los que hablan emocionados de la “libertad”.

García Hamilton comenta la idea de que en muchos estudios aparece la idea de que “son los pensamientos, los sentimientos y los hábitos de una población los que tienen una importante influencia sobre los comportamientos y los resultados materiales”. Esta relación entre la vida que solemos llamar íntima y la producción de hechos y sentidos sociales es una relación que todavía no hemos logrado ni comprender ni utilizar de manera plena. Siento que hay en ella una vía de avance posible. No se trata de luchar contra poderes objetivos o alucinados si no de armar formas de vivir la vida que permitan que el país florezca. Siento que el camino de desafiar y potenciar al individuo es más efectivo que el de actuar en el plano del enfrentamiento político. Y que ese trabajo sobre el individuo tiene que ver con las nociones aparentemente ingenuas de ganas de vivir, de felicidad personal, de soltura, de frescura. El sentido de la vida, me di cuenta, es hacer el amor con el mundo. Y termino con esto: aunque parezca algo secundario y que no tiene que ver con los problemas sociales creo que la idea y la realidad del amor es valiosa aun en ese contexto. Me parece que es precisamente ese el desafío, el de aprender a hablar de otras cosas y de otra manera.

El libro de García Hamilton nos invita a seguir avanzando en el camino de una búsqueda nueva, que obtiene de la observación de otras realidades un recurso importante para salir de los vicios de la nuestra y para poder recuperar la buena conciencia respecto de este universo individual que suele ser mal comprendido por nosotros.

Ideología, gestión y creatividad política

El que aparece en el título de este post fue el nombre que le puse a este artículo, pero fue publicado en La Nación como:

Con el populismo no alcanza

Una de las discusiones activas en nuestro mundo político es la que opone a las consideraciones ideológicas de los problemas sociales la necesidad de enfrentarlos más bien en términos de gestión. La propuesta implícita es suplantar escenarios poco verificables de lucha y resistencia por otros más concretos y reales, como los que surgen del estudio de los problemas y de la intención de resolverlos. ¿Es un planteo ingenuo, que desconoce las complicaciones naturalmente asociadas a la lucha por el poder? A veces puede serlo, pero al mismo tiempo supone la aplicación de una vocación de trabajo allí donde solía apostarse a un espíritu de rebelión, y sobre todo a las palabras. La ideología es más un hecho discursivo que un mundo de acciones y de logros, cosa que no es necesario lamentar, ya que sus acciones –muchas veces violentas– suelen profundizar los problemas que buscan resolver.

Ya adultos, ¿podríamos seguir señalando las intenciones ajenas como origen de nuestros problemas y limitaciones? A la hora de hacer funcionar las cosas como querríamos, la nueva visión pone el énfasis en la responsabilidad colectiva de la sociedad respecto de su producción de crisis. Y sí, la responsabilidad es siempre una visión menos glamorosa que la de la lucha, pero todo logro –personal, social– proviene de ella. No hay por qué tener una imagen desencantada de la madurez, como si ésta fuera la renuncia a la excitación de vivir y no, por el contrario, la asunción de nuevas capacidades y nuevos disfrutes, cosa que en verdad es.

Mientras la ideología propone un esquema maniqueo y simplista y arma una consideración de lo “bueno” popular como necesario límite al siempre engañoso y manipulador desarrollo, este otro tipo de abordaje –más moderno y más eficaz a la hora de luchar contra la pobreza real– aparece enunciado en planteos del tipo: cómo hacemos rendir de la mejor manera posible este presupuesto, o de qué forma podemos reducir rápidamente la pobreza, o qué trabajo colectivo sería necesario para transformar un país poco hábil en el arte de vivir en uno más capacitado. Este giro está teniendo lugar, y no lo detienen las torpes objeciones que sugieren que el criterio de eficacia o gestión va en contra del bienestar popular. Lo que ha sido ya probado hasta el cansancio es que no basta con que un movimiento se diga o se muestre popular para resultar realmente útil para el bienestar de la mayoría. Más bien suele suceder lo contrario: los movimientos que hacen gala de representación popular conducen el país hacia el paternalismo, la pobreza y la mediocridad. Pero ¿son estos movimientos culpables de las incapacidades nacionales o más bien expresión de ellas?

Algo podría, sin embargo, ser añadido al ideal de la responsabilidad activa (otra manera de denominar al enfoque de la gestión), y es la noción o actitud de la invención, la intención del atrevimiento, la frescura de una mirada nueva, distinta, sin temor, con más respeto por el futuro y la vida potencial que por la tradición o por la historia. Elementos éstos de gran valor, pero de los que no corresponde hacer derivar la producción de realidad nueva.

Sí, se trata de gestionar y no de hacer ideología, pero hay más: la gestión no sólo debe ser eficaz y moral, debe ser atrevida. Es necesario sumarle la tarea de rediseñar lo posible, mirar las cosas como si realmente estuviéramos vivos y ésta fuera nuestra oportunidad de hacer algo. ¿Acaso no lo estamos?

La creatividad es el factor que hace de la gestión algo superior o hasta sublime. Incluso los que abogan por la gestión suelen tener dificultades para abordar este paso imprescindible, creyendo que ser eficaz es meramente hacer las cosas bien, cuando en realidad hacerlas verdaderamente bien sería muchas veces dejar de avanzar por la vía acostumbrada y animarse a optar por una enteramente distinta. No son sólo la seriedad y el respeto las actitudes que logran la eficacia ni las que conducen al éxito. Los empresarios chocan constantemente contra este límite: conocen la importancia de la creatividad –es más, la noción de creatividad fuera del campo del arte pertenece a su cosecha–, pero no siempre pueden ser todo lo enérgicos (y sutiles) que quisieran al aplicarla, y lo saben. También muchos políticos quisieran reinventar las condiciones de su actividad, llegar de otra manera a su público (los votantes) y ser capaces de lograr que un viejo conflicto pueda pensarse de manera nueva y generar de esa forma la posibilidad de otros abordajes y soluciones.

Uno de los problemas básicos para que la invención pueda ocupar un espacio mayor en las cuestiones públicas es que existe entre todos un acuerdo básico de realidad que consiste en no darle mucho aire a una perspectiva que ponga en cuestión la descripción habitual de las cosas, pareciendo ese ejercicio de observación, osadía y pensamiento –temerario pero útil, si se confía en él y se lo sabe hacer crecer– más un gasto innecesario de tiempo y recursos que una exploración valiosa.

Muchas otras veces el deseo de innovar aparece desplazado por el factor “urgencia”: ¿qué querés inventar, no ves que se nos viene abajo el andamio? O por el conservadurismo natural de la ciudadanía: el cambio es siempre peligroso.

Que para el desarrollo nacional habría que tomar en cuenta otras variables que no suelen ser consideradas ni en la escena política ni en la opinión pública es una posición de pura sensatez mental que no admite muchos reparos, o que no debería admitirlos. Sería ése un acto de lo que deberíamos llamar creatividad política, como una forma de darle una vuelta inesperada y productiva a la cosa pública que nos estrangula desde hace décadas.

Wednesday, April 26, 2006

¿Existe verdadera libertad de prensa en Argentina?: mi participación en una mesa redonda


¿Existe verdadera libertad de prensa en Argentina?

Mi respuesta es sí. La libertad de prensa es verdadera, y muestra el grado de desarrollo que somos capaces de alcanzar. No es total, pero no lo es por causas distintas de las que podrían señalarse en una dictadura.

La libertad nunca es absoluta y sus límites son en realidad los nuestros. Se dice que en Argentina no hay libertad de prensa porque hay presiones del gobierno, o porque la publicidad oficial es discrecional, ¿pero acaso son esos límites tajantes? Pueden ser injustos, estamos de acuerdo, pero ¿acaso un medio o un programa debe aspirar a vivir de la publicidad oficial? El desafío es ser lo suficientemente consistente e interesante como para captar la atención de un grupo suficiente de personas que lo consuman, y hay una cierta mala fe en pretender ser sostenido por la publicidad del gobierno. (Recordar caso El Nacional). Y por otra parte, supongamos que por decir algo que no ha gustado a algún funcionario se recibe una llamada de este: ¿no es la actitud de los periodistas que la reciben la que permite al funcionario construir un poder restrictivo, una censura eficaz? No ha habido, que yo sepa, secuestros ni golpes, a periodistas. ¿Será también que al periodista le gusta sentirse limitado y restringido por un poder superior, porque esa posición de límite le resulta afín con los límites que acepta por su propia idiosincracia?

Echarle la culpa al gobierno por el estado de la situación es algo que los argentinos sabemos hacer con maestría. No quiero decir que este sea un gobierno inocente: no existe gobierno inocente, el ejercicio del poder implica la intención de hacer crecer ese poder, pero hay otros protagonistas en la escena cuya tarea es limitarlo, hacer de contrapeso. Los que trabajamos en los medios tenemos el deber, el desafío, la obligación, la posibilidad, la oportunidad, la alegría de decir lo que pensamos con libertad. Creo que el límite más frecuente a esto no es la coerción del gobierno, que existe, sino nuestra propia incapacidad para armar juego.

En la Argentina, desde 1984, tenemos libertad de prensa. Tenemos en general mucha más libertad de la que somos capaces de usar. Los vaivenes son a mi juicio pequeños, y está en nuestras manos darle a nuestra expresión y a nuestra capacidad de decir y de hacer todo el vuelo que querramos darle.

El límite a la libertad está más bien dado por el hecho de que estamos fijados afectivamente y de una manera obsesiva a la observación de unos pocos hombres activos, cuando muchos más deberíamos más bien situarnos en tal lugar de acción.

La libertad no es –como bien señaló Nietzsche- una situación en la que el poder de alguien ha quedado reducido, como cuando se dice que somos libres de algo, o de alguien. La libertad es esa acción intencional que busca un resultado, a la que el filósofo mencionado describe como libertad para algo.
Libres de algo: lo somos desde el 84. Libres para algo: dificultosamente vamos intentando decir qué queremos, cuando somos maestros en el arte de decir (y por lo tanto, lógicamente, hacer) lo que no queremos.

Hay medios que juegan para el gobierno: ¿hay algún país en donde esto no suceda? ¿Es culpa del gobierno o de los medios? Hay negocios entre el gobierno y algunos medios o algunos periodistas, pero hay también muchos medios y muchos periodistas que hoy en día hacen su camino con libertad.

El tema de la libertad de expresión es complejo, y creo que tenemos que hacernos cargo, los individuos, de elevar a su mayor grado de efectividad y creatividad a esta facultad, perdiendo el miedo y perdiendo el recurso facilista de echarle la culpa a otros por no ser capaces nosotros de hacer otra cosa.

Tuesday, April 25, 2006

Cumbre en San Pablo para ponerle límites a Chávez, de Carlos Pagni

Acaso hoy sea la primera vez que Néstor Kirchner y Lula da Silva deban encontrarse a dialogar sobre cuestiones que exceden la agenda bilateral de los países que gobiernan, habitualmente dominada por diferencias comerciales más o menos mezquinas. El tablero regional ha comenzado a moverse de manera inquietante. Y una de las razones de su inestabilidad hay que buscarla en los comportamientos de Hugo Chávez, a quien los petrodólares relevan de cualquier estrategia medianamente comprensible. Además, claro, los dos mandatarios tendrán que liquidar algunas cuestiones personales, como siempre.

La excepcionalidad del contexto se ha trasladado a las peculiaridades del ritual. Lula preparó una liturgia para hablar, whisky de por medio, largo y tendido. Todo comenzará al atardecer, con una conversación a solas. Apenas estarán los cancilleres, Celso Amorim y Jorge Taiana, y algún ministro más. Después está prevista una comida. ¿Otra vez «churrasco», como llaman en Brasil a nuestro asado? Tal vez el santacruceño pueda disfrutar allá lo que no se permite en el país: la carne será local, sin duda. Por lo tanto, hay que esperar que coma todo lo que le permita su molesta esquenosis. En San Pablo, donde transcurrirán las reuniones, sobran los restoranes exquisitos.

Lo primero que hay que destacar en esta disposición de los horarios es la ostensible marginación de Chávez. Tanto en Olivos como en la Alvorada hay indignación con el bolivariano. Algo de razón asiste a los dos contertulios de hoy. Todavía no hace un año que invitaron al caribeño a integrarse al Mercosur, venciendo la resistencia de Uruguay y Paraguay. Pero, fascinado por la disidencia y el alboroto, el presidente de Venezuela asistió a una cumbre organizada por Uruguay y Paraguay para desairar a Brasil y la Argentina. Como Chávez se expresa en gasoductos, de esa reunión salió otro: ahora vinculará a Venezuela, Bolivia, Paraguay y Uruguay, sin contar con los dos países mayores del Mercosur como clientes. El fantasioso caño que iba a unir el Orinoco con el Plata serpenteando por toda América del Sur comienza a resultar razonable. Milagros de la ingeniería bolivariana.

En realidad, Kirchner y Lula se la tienen merecida, por explicarle tantas veces a George Bush que su amistad con el «Mussolini tropical» ( Touraine) es cínica, que sólo buscan contenerlo. Les está costando. Por eso el brasileño y el argentino harán todo para demostrar que el eje principal de la cumbre de esta semana excluye a Chávez. A su vez, el disolvente venezolano tiene también sus reproches en la mochila. Si ahora alienta la idea de un gasoducto sin consumidores es porque sus «contenedores» comenzaron a burlarse de su idea original. Es cierto: desde la sede central de Petrobras, en Rio de Janeiro, se desestimó varias veces la sensatez de una empresa que sólo se vería realizada dentro de 20 años. Suena razonable aun para quienes no son expertos en la materia.

  • Dificultades

    También se queja Chávez por las dificultades que aparecieron para realizar la cumbre de mañana. Y tal vez esté en lo cierto: se decidió hacerla después de que él alentara la disidencia de Uruguay y Paraguay (países que, «con esa lógica peculiar que da el odio», amenazan con irse con Chávez y con Bush al mismo tiempo). Alí Rodríguez, el canciller venezolano, le hizo conocer todos estos rencores a un funcionario de Kirchner que visitó Caracas hace dos lunes. « Primero nos venden los bonos y después no nos atienden el teléfono», se quejó el ex guerrillero. Dicen que fue a partir de ese inventario de demandas que el santacruceño decidió la designación de Alicia Castro como embajadora en Venezuela, un viejo pedido del presidente de ese país.

    Sería un error pensar que Lula y Kirchner agotarán sus comentarios sobre Chávez con referencias a su conducta como socio incipiente del Mercosur. También querrán saber de boca del invitado de mañana cuál es la estrategia que lo lleva a votar a favor de Irán en la Agencia Nuclear Internacional. O a entrar y salir de la Comunidad Andina de Naciones como si fuera un bar de las afueras de Caracas.

    Además de hablar de lo que los une, los presidentes de Brasil y la Argentina deberán hablar de lo que los viene distanciando. Seguramente Lula indagará a su invitado por el conflicto con Uruguay. Pero antes será el propio brasileño quien deberá explicar por qué Amorim se entrometió en la cuestión, tomando contacto con el gobierno de Finlandia. Lo que no quiere decir que esto merezca un reproche: tal vez le soliciten llamar de nuevo a Helsinki para recomponer el vínculo con Buenos Aires. Jorge Taiana, a esta altura, está dispuesto a cualquier humillación. Hasta Felisa Miceli parece tener pocas pulgas al lado suyo. No sólo otros cancilleres salen, comedidos, en auxilio del ministro. Ahora Kirchner decidió reemplazarlo por Hugo Moyano en la gestión ante los uruguayos. Es posible que acierte: si se compara el profesionalismo con que se cerraron las paritarias con el modo en que se viene negociando con Montevideo, hasta ahora el camionero demuestra más habilidades que el canciller. Aunque la comparación es injusta: es sabido que en este conflicto Taiana debe manejarse con decisiones que se toman en la oficina de Alberto Fernández, quien no afina la puntería desde el caso Borocotó.

    Kirchner deberá ser cuidadoso al explicar el rol de Moyano: estará hablando de un colega de Lula. A la vez, el brasileño tendrá que actuar con tacto. Más allá de los derechos y obligaciones de unos y otros en el conflicto por las papeleras (el incumplimiento legal de Uruguay es ostensible), en Brasil hay dos motivos de desvelo: que los cortes se amplíen a la Ruta 14, por la que transita el grueso de las mercaderías que circulan entre los dos países, y que Tabaré Vázquez, impulsado más que nunca hoy por su ministro Danilo Astori, decida romper el bloque y abrazarse, también en su política regional, a la herencia recibida de Jorge Batlle, la amistad con Estados Unidos. Lula querrá tener una respuesta para estos problemas de parte de su contertulio antes de despejar la incógnita que lleva a San Pablo la Cancillería argentina: si le dará o no la razón a Montevideo en la pretensión de llevar al Consejo del Mercado Común los cortes en las comunicaciones que se provocaron en la Argentina.